Lo  que si que nos muestra la realidad es que los optimistas se suelen  rodear de personas optimistas y los pesimistas de personas pesimistas.  Es como si se tratase de una selección natural. Cada uno con su especie.
Pero entre optimistas y pesimistas hay un nexo de unión: la predisposición al optimismo (optimism bias).  Las personas tenemos una predisposición natural a ser optimistas en  todo aquello que tiene que ver con nosotros mismos. Esto nos puede  ayudar a explicar porqué las personas acometen créditos que luego no  pueden pagar. Vemos nuestras posibilidades de una manera muy optimista.  El tabaco es otro claro ejemplo. A pesar de los mensajes apocalípticos  que aparecen en las cajetillas, todos los fumadores piensan que eso del  cáncer del pulmón no va con ellos. ¿Y qué decir del matrimonio?. Los  porcentajes de divorcios no dejan de crecer, pero nadie se casa pensando  que se vaya a divorciar. Ese optimismo natural nos hace infravalorar  los riesgos, no nos vemos como posibles víctimas de las estadísticas.  Nosotros estamos fuera de esos números malditos.
Nuestros  entornos de trabajo son otro lugar donde esta predisposición al  optimismo se deja ver de una forma muy clara. Si hiciésemos una encuesta  entre la plantilla de cualquier empresa en la que se preguntase acerca  de la valoración individual del desempeño de cada uno de los  profesionales, nos encontraríamos que las valoraciones que hacemos de  nosotros mismos serían muy altas. Según nosotros, somos unos grandes  profesionales. Pero la realidad, al igual que en los divorcios, en los  cánceres de pulmón o en las crisis financieras particulares, nos  demuestra que esto no es así. 
Todos  tenemos claro que somos muy buenos y no nos costaría el más mínimo  esfuerzo identificar aquellos de nuestros compañeros que no son tan  brillantes. Es más, seguro que nosotros nos ubicaríamos en el extremo  derecho de la campana de Gauss. 
El  verdadero optimismo, el optimismo magnético, lo poseen aquellos que son  capaces de hacer frente a esa predisposición al optimismo. A los  optimistas, la objetividad les permite ver la grandeza que les rodea,  les permite ubicarse en el lugar adecuado y ocupar el sitio que les  corresponde. El optimista posee el don de saber poner en valor el  trabajo de los otros, de ver los errores ajenos como lo que son, simples  errores, errores que todos podemos cometer. Quizás esta sea la razón  que hace a los optimistas tan atractivos: saber valorar a los demás.
Por  el contrario, los pesimistas hacen evaluaciones desiguales e irreales  entre ellos y el resto del mundo. Esto les lleva a ver y buscar el fallo  ajeno como síntoma de debilidad, una debilidad que les permite  justificarse a sí mismos y presentarse como lo que creen que son. Esta  visión negativa del entorno actúa como repelente para los optimistas.  Sólo los pesimistas se encuentran cómodos en este entorno. A mi forma de  ver, el pesimismo tiene mucho que ver con el miedo y la inseguridad.  Cuando tú eres el bueno y lo demás los malos, es un buen momento para  dudar. ¿Puede ser que todo el mundo sea malo menos tú?. Difícil, muy  difícil.
El  pesimista es optimista, pero sólo consigo mismo. El optimista es  pesimista, pesimista con las falsas euforias y con los excesos de  confianza. La propia palabra lo indica: optimista = óptimo; pesimista =  pésimo. ¿Con qué te quedas?.


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