Dan Ariely
habla del efecto Ikea. ¿Habéis oído presumir a alguien de sus muebles
más que los dueños de un mueble Ikea?. Que gran estrategia la de esta
multinacional, ha sabido entender dónde reside uno de los motivadores
esenciales de la persona. El orgullo de hacer algo, el orgullo de
construir con nuestras propias manos, el orgullo de alcanzar el
objetivo,... ahora algo del mueble es tuyo. Tu trabajo es la escultura
que puedes ver y que te recuerda que tú lo has hecho.
Un
trabajo al que encuentras sentido y que aporta. Esta es una de las
patas de la esencia de la vocación. Cuando sientes que controlas el
proceso, cuando ves de principio a fin, cuando lo que esperas lo sientes
como si fuese tuyo, es entonces cuando se enciende la chispa, y nuestro
motor comienza a funcionar sin consumir.
Como
es nuestro y nos sentimos orgullos, es precisamente ese orgullo el que
nos conduce a sobrevalorar nuestro trabajo. El fruto de nuestro esfuerzo
sólo lo sentimos nosotros, su dureza nos recuerda que no hay nada que
lo pague. Ese precio inflacionario es el que provoca la falsa ilusión de
que lo nuestro es mejor que lo del vecino. En esta bolsa llena de
nuestros puntos, hay unos que suman y otros que restan, lo que ocurre es
que no sabemos diferenciarlos.
Nuestras
ideas son como los muebles del Ikea: las hemos hecho nosotros y su
esfuerzo fija un precio muy alto. Una burbuja que nubla nuestra vista y
que define unos filtros, a través de los cuales vemos lo de fuera mucho
menos valioso que lo nuestro. Nos cuesta mucho reconocer la grandeza
ajena ya que medimos en escalas diferentes, tantas como personas hay en
el planeta. Esto dibuja un mercado enloquecido donde los precios cambian
en milésimas de segundo, pero que tras nuestros ojos sólo tiene una
dirección. Se fija así un precio muy alto al reconocimiento, a la
humildad y a la generosidad.
Los
que dominan la virtud de ser humildes disfrutan de un mercado en el que
los precios son justos, en los que mente nos deja ver la realidad y nos
aparta de ideas preconcebidas.
Esta
muy bien sentir orgullo por lo que uno hace, debería ser un derecho.
Pero esto no nos da derecho a despreciar lo ajeno, porque lo ajeno
también cuesta mucho esfuerzo, porque tirar por tierra ideas de otros,
simplemente por el hecho de no ser mías, nos convierten en seres
egoístas.
Los
extremos nunca fueron buenos. La otra cara de la moneda, donde se
carece de orgullo por lo que uno hace, nos convierte en alguien que no
somos nosotros mismos. Si no valoramos lo que hacemos como es debido,
nos convertimos en un desconocido. Cualquier otra persona excepto tú.
Como
siempre, la respuesta reside en el carril del medio. El equilibrio
entre extremos es el resultado del precio justo. Un tira y afloja que
deja las cosas en su sitio, donde deben estar. Valorar y ser valorados,
esa es la verdadera humildad.
... pero por lo de ahora voy a seguir viajando con mi cepillo de dientes