La constancia va de intentar, intentar y volver a intentar, para ello hay que entrenar y trabajar durante largos periodos de tiempo. El proceso exige muchas horas de presencia, pero la ciencia nos está demostrando que esta presencia puede adoptar formas diferentes.
Investigadores del departamento de Neurociencia de la Universidad Northwestern han publicado un estudio en Journal of Neuroscience en el que detallan los pormenores de experimentos que demuestran que la práctica excesiva en cualquier actividad puede ser igual de efectiva que la práctica intercalada con periodos de descanso. Durante estos periodos de descanso, los participantes en el experimento eran expuestos a estímulos pasivos relacionados con la tarea objeto del estudio.
Invertimos gran cantidad de tiempo entrenando para mejorar nuestras capacidades, ya sea para aprender a leer, jugar al tenis o pilotar un avión. En la actualidad asumimos que para mejorar nuestras habilidades tenemos que practicar, pero este estudio nos revela que hay otras vías complementarias para mejorar nuestras capacidades más relacionadas con el pensar que con el hacer. Pero que nadie se piense que ésto exime de practicar, dormir con el libro debajo de la almohada no hará que entendamos lo que contiene (aun que yo lo practique mucho tiempo).
El psicólogo Stephen Kosslyn ha recibido un gran número de reconocimientos por sus trabajos en el campo de las imágenes mentales, disciplina que estudia cómo nuestra mente reproduce estímulos externos cuando éstos no están presentes. Cuando estamos viendo un objeto hay una parte de nuestro cerebro que está trabajando, cuando cerramos los ojos y nos imaginamos ese mismo objeto, son las mismas partes del cerebro las que funcionan para permitirnos ver en nuestro interior esa misma imagen. Algo similar ocurre cuando soñamos. Hay ocasiones en las que los sueños parecen tan reales que podemos hasta “tocarlos”, nuestra mente es capaz de reproducir sensaciones, emociones, y experiencias sin que nosotros estemos allí.
Los trabajos de Kosslyn y los experimentos del departamento de Neurociencia de la Universidad Northwestern abren un nuevo campo al mundo del aprendizaje.
La dificultad que posee nuestro cerebro para diferenciar la realidad de la ficción nos dota del mejor simulador que nos podamos imaginar. Es precisamente este “defecto de fábrica”, junto con los estímulos necesarios, lo que nos permite practicar sin necesidad de hacer. Visualizar y repasar en nuestra mente la realidad que queremos y buscamos, tal y como hacen muchos deportistas capaces de correr una carrera de 1500 metros antes de que se produzca. Esto les permite ver dónde tienen que mejorar y por tanto saber qué es lo que tienen que practicar. Si sólo entrenasen corriendo podrían llegar a desgastar los músculos que serán vitales en el momento de la verdad. Es preciso utilizar la cabeza y ponerla al servicio del objetivo final, simulando y viviendo una realidad virtual.