Esta semana el mundo entero ha vivido en directo la liberación de los ya famosos mineros chilenos. Este hecho ha generado una expectación inusual, similar al de la pequeña Omayra.
Resulta increíble comprobar lo desapercibidos que pasan algunos grandes desastres, sin ir más lejos, este mismo año hemos vivido el terrible terremoto de Haití o las dantescas inundaciones en Pakistán. En ambos casos, el número de muertos arroja cifras escalofriantes que aglutinan miles de “pequeños” dramas familiares y personales, pero éstos no hacen que nuestras emociones reaccionen de la misma manera que los casos con nombre propio, como el de Omayra. En mi caso, no me vienen a la cabeza los cientos de muertos en el genocidio de Ruanda o en el tsunami del sudeste asiático. Una famosa frase de la Madre Teresa de Calcuta resume a la perfección el efecto de las víctimas identificables “si miro a la masa nunca actuaré, si miro al individuo lo haré”.
Paul Slovic, fundador y presidente de Decision Research ha realizado diferentes estudios sobre este hecho. Los experimentos fueron muy sencillos, se le preguntaba a la gente cuánto dinero estaría dispuesta a donar para diferentes causas benéficas. Una de esas causas era salvar a Rokia, un niño desnutrido de Mali. La gente reaccionó con gran generosidad ante las imágenes del cuerpo esquelético de aquel niño con unos enormes ojos marrones vidriosos.
La otra causa benéfica consistía en donar dinero para solucionar el problema del hambre en el continente africano. En este caso se proveía a los participantes de escalofriantes estadísticas sobre los devastadores efectos de la hambruna en el olvidado y maltratado continente africano.
Las donaciones para salvar a Rokia fueron, de media, de 2,5$. En el caso de las donaciones para solucionar el problema del hambre, éstas fueron un 50% inferiores.
El resultado del estudio parece no tener sentido alguno. ¿Qué es más importante, salvar a Rokia o tratar de solucionar la causa de un problema global para todo un continente?. Tal y como concluye Slovic, el problema reside en las frías estadísticas, éstas son incapaces de activar nuestras emociones morales. Nuestra mente no está capacitada para comprender el sufrimiento a una escala tan grande. La caridad humana está fuertemente relacionada con nuestros sentimientos de compasión, nada tiene que ver con el frío raciocinio o cálculos objetivos.
A pesar de ello, hay ciertas personas a las que el efecto de las víctimas identificables les influye menos que a otras. Según nos demuestra James Friedrich, de la Willamette University, esto es debido a que estas personas utilizan un mayor procesamiento analítico, es decir, son más racionales e intentan no guiarse por su intuición y sentimientos. El procesamiento analítico acalla los sentimientos y permite actuar con mayor claridad a nuestro hemisferio izquierdo del cerebro.
De lo visto estos días en Chile me da la sensación de que éste es un buen ejemplo de esta dicotomía. Dos mundos: uno en la superficie y otro a 500 metros bajo tierra.
En la superficie, medio mundo sufría por 33 trabajadores atrapados en condiciones infrahumanas en una mina víctima de unas pobres condiciones laborales. Estas circunstancias, y el hecho de ver a los mineros y sus familias en televisión avivó un sentimiento global de compasión que llevó a no reparar en gastos para liberar a estas personas.
Bajo tierra, estas personas vivían atrapadas lejos de sus familias y sin saber si podrían salir de allí. El contacto con el exterior les hizo albergar esperanzas. La soledad y el aislamiento son difíciles de sobrellevar si eres presa de sentimientos como el miedo o la tristeza. El antídoto: utilizar el hemisferio izquierdo del cerebro para hacer cábalas de cómo podrían ser sus vidas una vez liberados de esa cárcel infernal.
El final ha sido feliz, pero de lo ocurrido deberíamos aprender que detrás de los grandes números se esconden realidades demasiado importantes como para que sean olvidadas. ERE´s, paro, déficit, quiebras, ... tienen sepultadas a miles de personas en túneles de difícil salida que están esperando ayuda. ¿Acaso ellos no merecen el mismo esfuerzo?.