Cuando
 decides darle el dinero al otro jugador éste debe decidir qué hacer con
 él, puede quedarse con los $50 pesos o pasarte la mitad de esa cantidad 
haciendo que ambos dispongan ahora de$25 pesos.
 
 
La base de este juego es la confianza y el profesor Ernst Fehr
 comprobó que el ser humano, lejos de lo que concluye la teoría 
económica, tiende a confiar en los otros, de manera que la mayor parte 
de la gente está dispuesta a ceder su dinero a desconocidos confiando en
 que éstos le ayudarán a mejorar su posición en el juego. Pero Fehr y su
 equipo decidieron ampliar las conclusiones de su experimento y para 
ello incluyeron una nueva variable realmente interesante. En los casos 
en los que tu compañero de juego decidía no compartir las ganancias 
extras conseguidas gracias a tu generosidad, tú podrías usar el dinero 
de tu bolsillo para castigar esta traición. Así, por cada peso que 
aportases de tus propios ahorros, a la otra parte se le retiraban $2 pesos del
 dinero conseguido. Por $25 pesos del sudor de tu frente podías lograr que la 
otra parte perdiese todo su dinero. 
Mientras
 los participantes de este experimento tomaban este tipo de decisiones, 
sus cerebros eran escaneados a través de una tomografía por emisión de 
positrones. Estas tomografías permitieron observar la actividad cerebral
 durante el proceso y a lo largo del mismo se comprobó un importante 
incremento de actividad cerebral en las áreas asociadas con las 
experiencias de gratificación. Curioso, cuando castigamos a otros por su
 traición esto nos produce cierto “gustito”.
Las
 personas tenemos una tendencia natural a confiar en los que nos rodean,
 de algún modo establecemos contratos implícitos con nuestros semejantes
 cuya clausula más importante es la que hace referencia a la confianza. 
Quizás, esta es siempre la posición de partida en nuestras interacciones
 con los demás. Pero las relaciones personales son tan frágiles como el 
cristal, se rompen con suma facilidad, aunque en el caso de las personas
 esta ruptura no siempre es tan evidente.
Estos
 contratos se firman sin ser comentados por ambas partes. Se 
sobreentienden demasiadas cosas, se da por hecho la buena fe y sobre 
todo se fija un nivel de expectativas que pocas veces es puesto en 
común. Cuando las condiciones del contrato son similares a las descritas
 anteriormente, es relativamente sencillo que una de las partes no 
satisfaga lo que la otra espera. Cuando este sucede, ese contrato se 
rompe y da lugar a la aparición de la venganza.
La
 confianza y la venganza son las dos caras de una misma moneda, una fina
 e invisible línea divisoria las separa y el paso de una a otra sucede 
sin que apenas nos demos cuenta. La confianza es la cara amable, la que 
nos permite mostrar lo mejor de nosotros mismos y nos conduce al mejor 
resultado. Por contra, la venganza muestra nuestra peor versión, y como 
demostró Ernst Fehr, la sensación de placer que produce hace que no sea 
tan evidente identificarla cuando aparece. Cuando esta emoción tan 
negativa entra en escena no nos importa utilizar tiempo, recursos y 
esfuerzo extra para poner al otro en su sitio.
La
 falta de comunicación a la hora de firmar los contratos que definen 
nuestras relaciones unido a jerarquías de expectativas unilaterales y la
 sensación de placer que nos produce la venganza componen un cóctel 
explosivo que conduce a los seres humanos por una pendiente resbaladiza 
que termina en el peor de los lugares: la soledad. 

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