Una
 de las grandes aportaciones del cine a nuestra sociedad es que hace 
visibles problemas “invisibles” que pasan totalmente desapercibidos. Ha sucedido con el Discurso del Rey y la tartamudez, pero hay 
cientos de ejemplos que nos acercan a todo tipo de desórdenes que son 
difíciles de entender hasta que los ves en la pantalla. Recuerdo el día 
que vi Una Mente Maravillosa, ese día le puse cara a una enfermedad tan 
terrible como la esquizofrenia, y  entendí un poco mejor lo que sienten 
quienes la padecen. Shutter Island es otro ejemplo que nos introduce en 
el oscuro y confuso mundo de las alucinaciones. Pero hay una película 
que me gustó especialmente y que me permitió entender algunos de los 
desordenes neurológicos causados por el síndrome de Tourette.
 La película es Mejor Imposible, en la que un Jack Nicholson 
espectacular nos enseña una maraña de tics y manías que son mostradas de
 una forma bastante cómica, pero que hacen que la vida del personaje sea
 bastante complicada.
Esta
 película me ayudó a conocer las dificultades a las que cada día tienen 
que hacer frente las personas que sufren este tipo de desórdenes. Pero 
lo que la película no muestra es la cara positiva de esta enfermedad, 
una cara amable que abre un mundo de posibilidades para las personas y 
la sociedad en general.
El
 síndrome de Tourette es un trastorno de desarrollo caracterizado por 
una serie involuntaria de tics (verbales y motores). La vida de las 
personas que sufren este tipo de desórdenes transcurre en una lucha 
constante por tratar de evitar la cara visible de esta enfermedad: los 
tics. Esta lucha se traduce en una activación incesante de la zona 
dorsolateral del cortex prefrontal de nuestro cerebro, una zona asociada
 al autocontrol y la regulación motora. Su activación incesante es la 
responsable de que las personas con este tipo de afección tengan un 
mayor control cognitivo que el resto de la población debido a sus 
esfuerzos constantes por tratar de controlar palabras, gritos, 
movimientos espontáneos, insultos,... que escapan a su control.
Investigadores
 de la Universidad de Nottingham trabajaron sobre este hecho para 
comprobar la consistencia de dichas conclusiones. Para ello diseñaron un
 experimento en el que se trataba de inhibir los movimientos oculares 
automáticos. El resultado del experimento fue que las personas con el 
síndrome de Tourette cometían menos errores que el resto. Comparando las
 imágenes por resonancia magnética de su cerebro, observaron que las 
personas con el síndrome poseían una mayor densidad de conexiones en el 
cortex prefrontal (recordemos que es donde se regulan nuestros 
impulsos).
Hace poco escribía sobre el autocontrol en otro post.
 En éste se hablaba de la voluntad y el autocontrol como recursos 
cognitivos finitos, que cuando se agotan, dejan expuesta nuestra persona
 a las respuestas caprichosas de nuestras emociones y sentimientos sin 
ningún tipo de filtro que matice sus efectos sobre los que nos rodean. 
El autocontrol y la fuerza de voluntad nos permiten ser mejores seres 
sociales y nos introduce en contextos en los que ser flexible con 
nuestro entorno nos reporta mayores beneficios a largo plazo.
En 1999, los psicólogos Mark Muraven, Roy Baumeister y Diana Tice realizaron un estudio
 en el que le pedían a un grupo de estudiantes que mejorasen su postura 
en clase durante dos semanas. En vez de sentarse encorvados, algo que 
hacían de manera inconsciente, tenían que estar atentos y tratar de 
sentarse derechos. Este grupo de estudiantes mostró un mejor resultado 
que el de sus compañeros en actividades que requerían capacidades 
relacionadas con el autocontrol. El porqué de estos resultados reside en
 que mientras el grupo objeto del estudio entrenaba su autocontrol, el 
resto lo dejaba libre y presa del momento. 
Estos
 resultados dotan de consistencia las conclusiones de los investigadores
 de la Universidad de Nottingham. Resulta que el autoncontrol es algo 
maleable y que podemos trabajar. Los estudios de personas con el 
síndrome de Tourette demuestran como el entrenamiento constante ayuda a 
mejorar capacidades como la de un mayor control de nuestros actos. En el
 caso de las personas con el síndrome de Tourette se trata de tics, pero
 hay otro tipo de tics que todos tenemos y que trabajamos poco, se trata
 de los tics sociales, esos comportamientos automáticos que reproducimos
 una y otra vez ante determinados patrones. Trabajarlos ayuda a que 
recuperar la propiedad de nuestros actos.


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