En  un segundo experimento hizo algo parecido, pero esta vez las torres,  alfiles, caballos y resto de la prole eran dispuestos en el tablero de  una manera aleatoria. Ya no se recreaba un partida, simplemente se  colocaban al azar. El objetivo era el mismo: memorizar la posición de  las piezas en el tablero. Pero esta vez de Groot se encontró que los  jugadores profesionales no tenían un mejor resultado que los amateurs.  En este caso, su memoria fotográfica no parecía determinante.
  El  resultado de ambos experimentos ayudó a comprender dónde residía la  maestría de los ajedrecistas profesionales, cuando se simula una jugada,  los profesionales asocian la disposición de las fichas con jugadas ya  conocidas por ellos, y en este terreno, los profesionales manejan un  mayor número de registros que los jugadores amateurs. Pero la cosa  cambia cuando la disposición de fichas no responde a ningún patrón  conocido. De manera que la memoria fotográfica, que parecía el rasgo que  diferenciaba a los buenos jugadores de los no tan buenos, no resultaba  el factor determinante. Lo que realmente marcaba la diferencia es lo que  se conoce como “fragmentación”. No era una cuestión de memoria, sino de percepción.
  Cuando  los jugadores profesionales observan el tablero de juego no ven piezas,  ven jugadas, y esa es realmente la diferencia. Su experiencia les  permite asociar las posiciones de las fichas con determinadas jugadas y  por lo tanto con estrategias ad hoc. 
  Esta  fragmentación de la información es una característica básica de la  cognición humana. El cerebro sólo es capaz de asumir 7 bits de  información en un momento determinado, y la manera de escapar de esta  trampa cognitiva es a través de la fragmentación. Los procesos de  compresión de la información funcionan de una manera similar. El mp3  permite comprimir música ocultando información que no es relevante para  nuestro oído, simplemente nos ofrece aquello que nos permite disfrutar  lo que escuchamos.
  Nuestro  cerebro realiza operaciones de asociación constantes de manera que  puede prescindir de información “no relevante”. Simplemente busca  aquello que puede identificar y que responde a algún patrón conocido.
  Los  experimentos de de Groot nos revelan el coste que todo ello supone.  Estamos cansados de escuchar que la experiencia es un grado, y realmente  lo es. Pero tenemos que ser conscientes de lo que ello supone. A medida  que crecemos, realizamos procesos de fragmentación constantes para de  esta forma reconocer nuestro entorno de una manera más rápida y  automática.
  Etiquetamos  nuestro entorno, la experiencia le pone nombre a todo, tal y como hacen  los jugadores de ajedrez con la distribución de las piezas sobre un  tablero. Y realmente estas etiquetas pueden tener un coste demasiado  alto en nuestros procesos de desarrollo. Cuando etiquetamos personas,  por ejemplo, asumimos que son de determinada manera porque hemos visto  que se repiten ciertos patrones que nos llevan a concluir eso. Ese es el  leit motif de los motes. ¿Y qué ocurre cuando etiquetamos?, pues lo que  ocurre es que dificultamos el derecho que tienen las personas a  cambiar. O peor aún, influimos tan poderosamente sobre su percepción que  les acabamos haciendo creer que realmente son así.
  Tenemos  que saber que la fragmentación está muy bien para leer libros o para  escuchar música, pero que cuando se trata de los demás, puede que los  patrones nos llevan a limitar a las personas, a hacerles vivir una  realidad que ni ellos ven. Las ideas preconcebidas son muy peligrosas y  realmente suponen un freno para nosotros mismos ya que nos impiden  descubrir e investigar, algo fundamental y apasionante. A veces, las  cosas no son lo que parecen.


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