Colin Camerer realizó un experimento similar (la paradoja de Ellsberg)  al caso comentado, pero en esta ocasión con cartas. Disponía de una  baraja con 20 naipes que se dividían en  dos colores: rojo y negro. El  objetivo del juego era observar cómo tomaban decisiones los  participantes, y para ello se les hizo apostar por el color de la carta  que creían que saldría. Durante la partida, la doctora Camerer tomó  imágenes de sus cerebros para analizar que partes del mismo se activaban  durante el juego. Y para que estas imágenes aportaran la mayor cantidad  de información posible, se separó a los jugadores en dos grupos con  reglas diferentes. A un grupo de jugadores se les decía el número de  cartas de cada color que contenía la baraja, de esta manera podían  calcular las probabilidades que tendrían de ganar o perder en su  apuesta, es decir, podrían calcular el porcentaje de riesgo con  operaciones sencillas. A los jugadores de este grupo, durante el juego,  se les activaba la parte del cerebro que percibía las expectativas de  ganancias, al calcular el riesgo de las operaciones podían estimar los  posibles ingresos futuros.
  Al  otro grupo de jugadores sólo se les dijo el número de cartas que  contenía la baraja, de manera que desconocían el número de cartas rojas y  negras que contenía la misma. En estas condiciones, la imposibilidad de  calcular el riesgo de la apuesta generaba un entorno de incertidumbre  en el que la calidad de la toma de decisiones se empobrecía  considerablemente. En  esto contexto, el área del cerebro que se  activaba era la amígdala, cuya función principal es la de percibir el  miedo. El desconocimiento del futuro provoca que el cerebro rellene su  vacío con la sensación de miedo, ocasionando una toma de decisiones  totalmente sesgada. En el experimento se observó como los jugadores de  este segundo grupo sufrían una sensación de miedo producto del  desconocimiento, un miedo que impedía a la atención centrarse en la  posibilidad de obtener ganancias futuras.
  Colin  Camerer demostró las profundas consecuencias que el miedo a lo  desconocido genera en nuestra toma de decisiones. Experimentos  posteriores, como el de Uri Gneezy, John List y George Wu,  descubrieron el inquietante “efecto incertidumbre”. Éste tira por  tierra la teoría clásica de la utilidad y demuestra que las decisiones  no van a estar basadas en la maximización de ganancias futuras. La  incertidumbre genera un miedo cuyo peso sobre nuestra toma de decisiones  impide que podamos pensar en beneficios futuros, a pesar de que éstos  sean, desde un punto de vista lógico, la mejor opción.
  El  mundo en el que vivimos se parece mucho más al entorno en el que jugaba  el segundo grupo del experimento, un mundo de incertidumbre y  desconocimiento. En ese entorno es muy normal que aflore la sensación  del miedo ... y ya sabemos que ocurre cuando éste aparece.
  Vivimos  tiempos realmente inciertos, nadie sabe que va a pasar y practicamos el  juego de especular. Es normal que la gente esté asustada, pero hay que  tratar de buscar un antídoto contra el miedo, y quizás reconocerlo sea  el primer paso, porque mientras éste campe a sus anchas por nuestra  cabeza resultará realmente complicado salir del hoyo.
  En  el caso Wikileaks, es el miedo el que ha llevado a gobiernos y empresas  a precipitarse en la toma de decisiones, posicionando a buena parte de  la opinión pública a favor de Julian Assange. Quizás si hubiesen sido  conscientes de ese miedo, y hubiesen contado hasta diez antes de actuar,  la calidad de las decisiones tomadas sería mucho mejor.


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