El  ser humano posee una resistencia natural al cambio. La seguridad de lo  conocido nos permite ahorrar energía y dedicarla a otras actividades. La  transformación en hábitos de cualquier actividad es algo que hacemos de  manera constante, así podemos vivir sin tener que pensar en cómo  debemos hacer un gran número de tareas diarias (desplazarse al trabajo,  despertarse, desayunar, comer, trabajar, ...). Imagínate que cada día  tuvieses que pensar por donde ir al trabajo, cómo hacerlo, cómo tratar a  tus compañeros, a tu jefe,... la vida sería muy estresante. Al final  del día estarías exhausto y todos sabemos que cuando estás cansado es  más fácil que te alejes de la mejor versión de ti mismo.  Un  grupo de investigadores han demostrado como esa resistencia natural al  cambio poco tiene que ver con la pereza. Más bien es una cuestión de  ahorro energético personal. Para demostrarlo realizaron una serie de  experimentos que detallo a continuación:
Se  reunió a un grupo de personas en una sala donde había un irresistible  olor a galletas de chocolate recién salidas del horno. En el centro de  la sala había una mesa con dos recipientes, en uno de ellos estaban las  galletas que desprendían ese olor tan maravilloso, en el otro, unos  sanos, pero insípidos rábanos. A un grupo de personas se les pidió que  comiesen tantas galletas como les apeteciese, al otro grupo se les dijo  que sólo podían probar los rábanos. Mientras los “conejillos de indias”  cumplían sus correspondientes cometidos, los observadores abandonaron la  sala. El objetivo era que las personas que estaban comiendo los rábanos  sintiesen la tentación de “picar” alguna de las galletas, pero éstos,  obedientes, ni las probaron. 
Terminada  la prueba, se les pasó a otra sala para que hiciesen otro experimento  totalmente diferente. En esta ocasión se trataba de que los  participantes completasen una forma geométrica con un lápiz sin poder  levantar éste del papel. El ejercicio era imposible, pero el objetivo  final era poder comprobar la persistencia de los participantes por sacar  adelante el cometido. El resultado fue el siguiente: las personas que  comieron los rábanos lo intentaron durante una media de 8 minutos, los  de las galletas de chocolate 19 minutos. Como veis, la diferencia es  considerable.
La  conclusión de los investigadores fue, por lo menos, curiosa: el  autocontrol es un recurso finito. Aquel grupo que fue obligado a comer  los rábanos tuvo que hacer uso de un mayor autocontrol y esto les llevó a  que su fuerza de voluntad para terminar el segundo ejercicio fuese  menor.
El  trabajo es un entorno lleno de normas y procedimientos; implícitos o  explícitos. Cultura, valores, misiones, funciones, jerarquías,  procedimientos, creencias, ... Todo ello requiere que nuestro  comportamiento se adapte. Pero hay dos caminos: Uno consiste en encajar,  en entender, aceptar y vivir este entorno como una prolongación de  nuestra vida. El otro se caracteriza por lo contrario. 
En  el primero, el autocontrol es mínimo, no tienes que fingir, puedes ser  tú mismo, demostrar lo que piensas y vivirlo de una forma libre. Consume  poca energía y nos permite utilizarla en lo que más nos gusta,  dedicarla a aquello que merece realmente la pena (la familia, las  aficiones, los amigos, ...).
El  segundo camino devora nuestra energía. El autocontrol utilizado para  disimular el gap entre lo que somos y lo que hacemos hace que nos  vaciemos. El miedo a perder el trabajo, a no ganar dinero, a no poder  permitirnos ciertos caprichos,... nos esclaviza. El resultado es que la  energía que podrías dedicarle a lo que te gusta la dedicas a algo en lo  que no crees ... y esta factura la suelen pagar los que menos se lo  merecen.
Ser uno mismo nos hace libres!!!.

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