El gran Antonio Damasio demostró allá por lo años noventa que para pensar hay que sentir. Cuando alguien es incapaz de sentir, será incapaz de pensar con juicio. Para ello llevó a cabo un experimento (Iowa gambling task) con un grupo de voluntarios a los que se les entregaron $2000 dolares para apostar a las cartas. Se trataba de 4 barajas diferentes. Los participantes tenían que elegir una carta, por cada carta ganaban algo de dinero, pero en función de la carta que eligieran había cierto riesgo. Las cartas de las barajas A y B otorgaban derecho a un beneficio de $100, pero a su vez llevaban un riesgo asociado de 1.250$. Las cartas C y D reportaban un beneficio de 50$ y un riesgo de $250. Las cartas de las diferentes barajas se mezclaban aleatoriamente unas con otras, pero los investigadores amañaron los cortes de las barajas creando cuatro montones con diferentes opciones de riesgo. Dos montones tenían más cartas de tipo A y B de manera que el riesgo era más alto. Y en los otros dos montones predominaban cartas de tipo C y D. Tras los 10 primeros movimientos los participantes intuían cuáles eran los montones que les reportaban un beneficio a largo plazo.
Esta misma prueba se le hizo a personas que sufrían una disfunción orbitofrontal de la corteza, o lo que es lo mismo, personas incapaces de experimentar emoción alguna. El resultado fue totalmente diferente. Las personas que sufrían esa deficiencia no eran capaces de entender que los montones donde había más cartas A y B eran mucho más arriesgados. Ellos sólo veían el beneficio inmediato y no eran capaces de asociarlo con el sentimiento de temor por la pérdida asociada. Al final los pacientes enfermos no eran capaces de encontrar la manera de ganar dinero, mientras que las personas que disfrutaban del placer de sus emociones lo encontraban gracias al miedo que sentían por perder el beneficio acumulado.
Las emociones son la antesala del pensamiento, ellas son quienes guían nuestra consciencia. Si estoy triste ya sé dónde va a estar mi pensamiento, al igual que lo sé cuando estoy contento. Es emocionante que las emociones definan el pensamiento porque ello indica que son un rasgo que nos ha permitido salir adelante en el proceso evolutivo, los sentimientos siempre nos han llevado por el camino correcto ya que nos han permitido escoger el camino que más nos beneficiaba.
El pasado siglo fue tiempo de hemisferios izquierdos. Un mundo dirigido y guiado por el número, la lógica y la razón. Todo sucedía por algo, todo tenía una causa. Ese paisaje era lo suficientemente determinista como para poder calcular el resultado. Fueron tiempos en los que sufríamos una disfunción orbitofrontal de la corteza, fueron tiempos de pensar sin sentir. Calculamos y calculamos y nos olvidamos de calcular cómo nos sentíamos. Se construyeron empresas e instituciones perfectamente habilitadas para la razón pero no para el corazón.
Pero el nuevo siglo viene pidiendo algo más. Requiere más emoción en la acción. Esas viejas estructuras donde la emoción está mal vista ya no son eficientes en términos del nuevo siglo. El nuevo siglo reclama un mayor beneficio emocional, lo cual no significa que se desprecie el beneficio económico. Ambos deben ser proporcionales.
Damasio y sus colegas abrieron las puertas a una nueva forma de pensar, bueno, no tan nueva, ya que nuestros ancestros ya la utilizaban, lo que ocurre es que nosotros la hemos ido perdiendo a medida que nuestras vidas se han ido haciendo más cómodas. Este nuevo entorno de confort nos ha alejado de nuestra capacidad para sentir. Ahora no sentimos hambre, ni frío, podemos elegir la cantidad de miedo que nuestro cuerpo necesita, nuestras necesidades más importantes están cubiertas. Hemos viajado de la sabana a los salones de nuestras casas y por el camino nos hemos ido olvidando de lo importante que es sentir.
Pensar con la razón, con la cabeza fría, alejándose del corazón pudo responder a la necesidad de un tiempo; pero los tiempos que nos quedan por vivir exigen algo más, algo que teníamos y que hemos perdido. Cuando volvamos a sentir iremos recobrando lentamente el sentido común, porque “sentir” + “pensar” es = “vivir.”
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