Pero  las urbes han evolucionado mucho en los últimos tiempos y eso ha  provocado también que el rol de la persona haya cambiado. Ahora las  personas ya no son ciudadanos, su nuevo papel es el de peatón. Aquello  de caminar libremente por donde uno quería, sentarse a contemplar buenas  vistas, disfrutar de una conversación en cualquier lugar, comprar en el  supermercado del bajo de tu casa,... se ha complicado enormemente. El  protagonismo de la persona ha quedado relegado a un segundo plano y han  sido los coches los que han llevado al hombre a las aceras y a sitios  donde no interrumpan el tráfico. Sólo sitios como los pasos de cebra se  han convertido en pequeños reductos de poder para el peatón, pero el que  manda es el automóvil.Este  paulatino proceso de deshumanización de las ciudades parece querer  invertirse de nuevo. El final de un ciclo se acerca y la persona reclama  el protagonismo perdido. Cada día los espacios verdes, las calles  peatonales, los carriles bici, ... comienzan a cobrar mayor importancia.  Piden a gritos ese espacio que la persona necesita para poder vivir sin  obstáculos, dueños del tiempo y del espacio.
Esta  deshumanización no sólo es patrimonio de los espacios urbanos. Las  empresas no han sido ajenas a esta tendencia, y al igual que los coches,  toda una serie de actividades y modas han llevado a la persona a un  segundo plano.
En  el pasado, cuando el ser humano se dedicaba a actividades primarias,  las personas dominaban su entorno. Eran artesanos, controlaban el  proceso de principio a fin. Este tipo de actividades facilitaban la  búsqueda del sentido a la tarea. Con el tiempo, irrumpieron en la vida  del hombre nuevas formas de hacer las cosas. El proceso comenzó a  deshacerse en partes, esas partes fueron a su vez divididas en  subpartes, a éstas se les impuso un responsable con gente a su cargo a  la que se tenía que controlar para que hiciese las cosas de manera  correcta. El proceso se fue deshumanizando poco a poco, provocando una  pérdida de sentido y una relegación de la persona a papeles secundarios.  Pasó de ser el protagonista, a ser un recurso más.
Pero  como todo en esta vida, las cosas tocan a su fin, caducan, y ese modelo  de deshumanización, que respondió a necesidades concretas, comienza a  perder sentido. Las personas y las empresas de este siglo reclaman algo  diferente. Es como si de repente aquellos artesanos de antaño reclamasen  su protagonismo. La lentitud, el control, la maestría, el significado,  ... son de nuevo los ingredientes que las personas necesitan para  sentirse dueños de su trabajo.
Artesanos  del siglo XXI, personas que aman lo que hacen. Ya no vale cualquier  cosa. La persona pide paso, no quiere ser un recurso. Eso de recursos  humanos está un tanto obsoleto. La tendencia nos lleva a una persona  diferente, una persona que no quiere ser peatón, quiere poder caminar  libremente, quiere interactuar con su entorno de una manera libre sin  tener que mirar a los lados por si lo atropellan. 
En  este nuevo urbanismo empresarial hace falta gente como Salvador Rueda  capaz de entender y ver lo que está sucediendo. Profesionales capaces de  diseñar nuevos entornos sin semáforos, sin pasos de cebra, con grandes  espacios verdes donde haya cabida para todo tipo de ideas, géneros,  razas, maneras de hacer y entender las cosas. Lugares donde la libertad y  la autenticidad sean la bandera.
Las  nuevas urbes empresariales han comenzado a construirse. Los más hábiles  se adelantarán y esto les permitirá diferenciarse del resto, porque ¿a  que no es lo mismo Copenhague que el Congo?.

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