el mundo animal siempre es un buen  campo de estudio para tratar de entender el comportamiento humano. Se  suele trabajar con primates, por ser estos los más próximos a la persona  en la cadena de la evolución, pero hay muchos otros, como las gallinas,  que son menos comunes pero que nos ayudan a entender cómo se comportan  las personas en determinados sistemas. Observar un gallinero es introducirse en un  sistema jerárquico muy curioso. Entre las gallinas hay unas que tienen  más rango que otras. El rango queda patente por los picotazos; aquellas  que tienen más rango se pueden permitir picotear a las de rango  inferior. Los gallos son tema a parte, ellos picotean a cualquier  gallina y conforman un sistema jerárquico diferente.
El funcionamiento de este sistema se hace  patente cuando se alimentan, de una manera natural las que tienen mayor  rango son las primeras en acceder a la comida. Las siguientes se acercan  tímidamente con el riesgo de recibir algún picotazo, y así  sucesivamente. Las gallinas de menor rango son las últimas en acceder al  alimento y es fácil distinguirlas porque suelen ser las que menos  plumaje tienen, consecuencia de los picotazos del resto de gallinas de  rango superior.
Observando este sistema de comportamiento  me vienen a la mente culturas corporativas donde el modelo de  funcionamiento es similar. Un sistema jerárquico donde la muestra de  galones se basa en recordarle al otro que puede recibir un “picotazo” si  no se hace lo que el rango superior desea. Este tipo de culturas, al  igual que en el mundo del gallinero, provoca que los más débiles no  dejen de serlo a base de incidir de una manera directa sobre su  autoestima. A base de picotazos y collejas la persona pierde la fe en sí  misma asumiendo un papel totalmente secundario, de cero a la izquierda,  cuya única aportación es cumplir los deseos de otros. Es obvio el  cáncer que este tipo de organizaciones supone para la creatividad y/o la  innovación. 
Este sistema ocurre con las gallinas, pero  ¿qué sucede con los gallos?. No nos podemos olvidar de que en el  gallinero también hay gallos. Entre ellos el sistema es diferente, y  básicamente consiste en medir el número de gallinas que son capaces de  descrestar. Por motivo de ello ocurren las luchas más encarnizadas.  Mientras lo escribo pienso en la reproducción exacta de este tipo de  comportamiento en las compañías, donde las gallinas son los empleados y  los gallos los responsables de los mismos. 
Me vienen a la cabeza frases del estilo:  “... lo míos”, “... Fulano es mío”, “... porque yo sé lo que necesita  Citano”, “Mengano, aquí se hace lo que yo digo”, ... y otras frases que  muestran esa ansía del gallo por demostrar que tiene muchas gallinas en  su “rebaño”. Ya hemos hablado de los líderes  paternalistas, pero esto va un poco más allá. Se trata  de una manera de demostrar la valía a través de algo tan pernicioso como  someter a la gente a mis deseos, matando la capacidad de los mismos  para aportar. Es lo que se llama el picking list.
El picking list tiene otros efectos  adversos aparte de los evidentes. Para ello me voy al primer principio  de la termodinámica que explica como la energía no se crea ni se   destruye, simplemente se transforma ...
El picking list es como el primer principio  de la termodinámica. La energía que es capaz de generar uno de estos  gallos no se transforma en nuevas ideas, decisiones acertadas,  generosidad con el equipo, aportaciones brillantes, ... lo que sucede es  que esa energía termina convirtiéndose en una pérdida de tiempo y  recursos. En esas disputas por demostrar quien tiene más poder se  pierden ideas, trabajo, ilusión, compromiso, ganas, ... un alto coste  que lo único que compra es “poder” del malo. 
Es evidente que el ser humano no es como  las gallinas. Las personas poseen la capacidad de destacar sin necesidad  de hundir a otros. Entonces, ¿por qué se da ese modelo de  comportamiento?. En mi humilde opinión, me parece una muestra clara de  mediocridad humana, de liderazgo rancio y podrido, cuya fecha de  caducidad ya ha pasado hace tiempo y que su vigencia no tiene ningún  sentido. Existe porque las inercias son difíciles de parar, pero paran.
Por contra, el buen líder es aquel que no  necesita “picotear” a los demás, su valía es capaz de hacer que los  demás los respeten por quien es, no por lo que es. Ese es, sin duda, uno  de los rasgos de la grandeza de un líder. 

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