El ser humano llega a este vida con la mente totalmente en blanco. Al nacer nos encontramos con un mundo lleno de estímulos totalmente nuevos, cientos de cosas que nuestros sentidos desconocen, un entorno repleto de riesgos ajenos a nuestro control. Ya desde pequeños, los seres humanos necesitamos ser resguardados por el paraguas de nuestros padres. Ellos son quienes nos ayudan a interpretar este nuevo mundo desconocido, quienes nos enseñan a valernos por nosotros mismos, quienes desde muy muy pequeños saben qué es lo que necesitamos para sobrevivir.
Y así vamos creciendo, al resguardo de estas personas tan maravillosas, que en un acto de amor infinito, deciden por nosotros qué es lo que necesitamos y cuándo lo necesitamos. Esta actividad, poco a poco se va convirtiendo en un hábito para los padres, e incluso, cuando llegas a la edad adulta siguen decidiendo por ti cuáles son tus necesidades ... a quién no le suenan esos consejos maternos/paternos pasados los treinta, los cuarenta, los cincuenta, ... !!!
De nuestros padres aprendemos la mayor parte de las cosas que somos y hacemos. Y en esta herencia viene incluida la creencia de saber qué es lo que los otros necesitan. Nos pasamos la vida diciéndo a los demás qué necesitan, como si supiésemos mejor que ellos qué es lo que realmente les conviene. Cuando encendemos la tele, leemos un periódico, ... es fácil encontrar un sinfín de situaciones donde se reproduce este patrón de comportamiento: jueces, consejeros, críticos, tertulianos baratos, políticos,... dictando sentencia sobre lo que necesitan los demás. En las empresas pasa lo mismo, todo el mundo sabe lo que hacer para resolver los problemas de los demás, pero pocos manejan su vida con tanta facilidad.
Hay una frase que le escuché a un compañero que habla por sí misma: “qué fácil es hablar de mí pero qué difícil es ser yo”. Así es, de las herencias que nos han dejado nuestros padres ésta pueda que sea una de ellas. Nos han enseñado un atajo para no preguntar qué es lo que necesitan los otros, como si tuviésemos un sexto sentido que nos hiciese saber lo que es. Con esa creencia llegamos al trabajo y es ésta la que muchas veces nos dificulta tanto las cosas.
Las relaciones humanas son el campo más complicado en cualquier trabajo. Es un generador de estrés enorme y suele ser el principal motivo de baja (problemas con el jefe, con los compañeros, con clientes, proveedores, ...). Estas relaciones humanas se ven dificultadas muchas veces por las diferencias de expectativas que se generan cuando no nos paramos a preguntar a la otra persona qué es lo que necesita. Cuando somos quienes tomamos esa decisión por el otro, puede ocurrir que muchas veces las cosas no suceden como a nosotros nos gustaría. Y la razón es tan sencilla como que ambas partes estaban interpretando lo que necesitaba la otra sin que ninguno de los dos hablase de ello directamente. Resultado: enfrentamiento, malos entendidos, frustraciones, cabreos, discusiones, ... en definitiva, ansiedad. Y cuando hay ansiedad es realmente sencillo que nos distraigamos del foco de nuestra verdadera misión en el trabajo.
Las herencias de este tipo suelen llevar asociados unos impuestos muy altos, y hay una manera muy sencilla de hacer que el precio no sea muy alto: preguntar a la otra persona qué necesita. Así de fácil y así de difícil.
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