Recordé que hace algunos años, no entraré en el detalle de cuantos para no dar pie a que se empiecen a hacer cálculos morbosos sobre las edades de los implicados, tuve que contratar a un equipo de tres personas para planear y poner en marcha un proyecto de manufactura. Dos de los candidatos, hombres, ya estaban definidos. El reto era seleccionar al tercer candidato.
Como lo manda la usanza, entreviste a varias personas, de las cuales recuerdo a dos mujeres. Mi jefe, un gringo al que llamaremos Dave, me dijo que contratara a la mujer ‘mas bonita’, bajo el razonamiento que “una mujer bonita podía llegar a ser buen ingeniero, pero que un buen ingeniero difícilmente podría convertirse en una mujer bonita”. A regañadientes lo intente, afortunadamente, ella detectó el interés desmedido de mi jefe por contratarla y se cotizó muy alto, así que eso la descartó.
La segunda opción, que en realidad era mi primera, era Sandrita. Durante la entrevista, lo recuerdo y me avergüenzo, le dije que para ese proyecto yo preferiría trabajar con ‘puros hombres’, pues por su naturaleza sería muy demandante, eventualmente yo me ‘ablandaría’ debido a su condición de mujer, no podría exigirle tanto como a sus compañeros, y eso nos quitaría eficiencia a todos. “Probablemente para otro proyecto te llamaría, pero para este en particular, no lo creo”. (Sí, así le dije. Ciertamente, hace años estaba mas idiota que ahora). La respuesta de ella fue que no tenía porque preocuparme, que ella trabajaría hombro a hombro con sus demás compañeros, e incluso más. “Bla, bla, bla”, pensé.
La verdad es que los otros candidatos al puesto que entreviste, ninguno me pareció adecuado. Así que, finalmente contraté a Sandrita. Durante su primer día de trabajo, nos pusimos de acuerdo sobre las expectativas del trabajo, mi estilo personal de administración y evaluación de cumplimiento de objetivos. En realidad, nada fuera del otro mundo, con excepción del tema del maquillaje. Asunto que, he de confesar, no hubiera comentado si el nuevo hubiera sido hombre. Le dije que considero poco profesional que se use tiempo de la jornada laboral para maquillarse, así fueran “solo 15 minutos”.
Esos famosos “15 minutos” de la jornada laboral dedicados al embellecimiento femenino, que algunas terminan convirtiendo en 45 minutos, me parecen un abuso, denota poco profesionalismo, y una muestra definitivamente criticable de que muchas mujeres reclaman igualdad en el ámbito laboral pero no dudaran aprovechar su género para recibir consideraciones especiales. Ahí se acaba la equidad.
Por consideraciones especiales no me refiero a las asociadas a la maternidad. De hecho, para ser sincero, y terminar de afianzar la suposición de que soy un ‘macho’ (en el sentido despectivo del término), yo preferiría que el periodo de la incapacidad por maternidad fuera como en Alemania, de cerca de un año. Así las mujeres podrían atender más tiempo a los recién nacidos. Que a propósito del tema, uno de los gerentes del lugar donde trabajo —que por cierto es unas diez veces mas imbécil que yo— conocido por todos por su misoginia, se expresó frente a la alta administración en los siguientes términos “a mi no me gusta trabajar con las p’ches viejas (Sí, así de tierno) porque luego se preñan, y me dejan el jale tirado. ¡Ira, ira, ira!”. Para mi sorpresa, a todos les causó bastante gracia el comentario misógino, incluyendo a la única mujer presente. ¡Caray! No se le ve mucho futuro al tema de la equidad cuando la alta gerencia no transmite mensajes enérgicos y claros en ese sentido.
Otro comentario sobre la preferencia a no trabajar con mujeres, lo escuché, irónicamente, de una mujer. De hecho, de una de las funcionarias públicas mas eficientes que he conocido. ¿La razón de su dicho? “Somos muy problemáticas”.
Por si fuera poco, otro factor en el que se refleja la falta de equidad de género es en el salario. En el sector público, tal vez un poco más, el salario de la mujer es un poco menor al del hombre. Recuerdo que una encuesta refería un 11% menos. Esto aunado a que cada vez mas mujeres se hacen solas cargo de sus hijos, las pone en franca desventaja a los hombres. Así solo se hace mayor la brecha de la desigualdad, social y económica.
Lo que si de plano se me hace un abuso en la persecución de la equidad de género en el trabajo, es la exigencias de muchas mujeres de que en el uso de correspondencia interna se haga mención del género. Cosa que no solo me parece ridícula sino innecesaria e ineficiente. Para ilustrar mi punto, imagina el saludo de entrada “Que tal Ingenieros…”, tendría que ser escrito de la siguiente manera “Que tal Ingenieros e Ingenieras…” de modo que se tendrían que usar unos 13 o 14 caracteres más. El lenguaje es solo lenguaje, la equidad de género tiene poco o nada que ver con las palabras, y mucho con las acciones y varios factores culturales muy arraigados.
He aprendido que la igualdad no es una prerrogativa, sino un derecho. Desgraciadamente, muchos de mis compañeros de género aun no se han dado cuenta de eso.
Tal vez se pregunten que pasó con Sandrita. Pues bien, no solo hizo un gran trabajo, sino que tal como me lo anunció, trabajo hombro a hombro con nosotros, incluso más. Es más, cuando los otros dos hombres del equipo quedaban doblados por el cansancio, Sandra era ‘the last man standing’. “El último hombre en pie”.
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