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miércoles, 24 de noviembre de 2010

Equidad de genero

Recordé que hace algunos años, no entraré en el detalle de cuantos para no dar pie a que se empiecen a hacer cálculos morbosos sobre las edades de los implicados, tuve que contratar a un equipo de tres personas para planear y poner en marcha un proyecto de manufactura. Dos de los candidatos, hombres, ya estaban definidos. El reto era seleccionar al tercer candidato.
Como lo manda la usanza, entreviste a varias personas, de las cuales recuerdo a dos mujeres. Mi jefe, un gringo al que llamaremos Dave, me dijo que contratara a la mujer ‘mas bonita’, bajo el razonamiento que “una mujer bonita podía llegar a ser buen ingeniero, pero que un buen ingeniero difícilmente podría convertirse en una mujer bonita”. A regañadientes lo intente, afortunadamente, ella detectó el interés desmedido de mi jefe por contratarla y se cotizó muy alto, así que eso la descartó.
La segunda opción, que en realidad era mi primera, era Sandrita. Durante la entrevista, lo recuerdo y me avergüenzo, le dije que para ese proyecto yo preferiría trabajar con ‘puros hombres’, pues por su naturaleza sería muy demandante, eventualmente yo me ‘ablandaría’ debido a su condición de mujer, no podría exigirle tanto como a sus compañeros, y eso nos quitaría eficiencia a todos. “Probablemente para otro proyecto te llamaría, pero para este en particular, no lo creo”. (Sí, así le dije. Ciertamente, hace años estaba mas idiota que ahora). La respuesta de ella fue que no tenía porque preocuparme, que ella trabajaría hombro a hombro con sus demás compañeros, e incluso más. “Bla, bla, bla”, pensé.
La verdad es que los otros candidatos al puesto que entreviste, ninguno me pareció adecuado. Así que, finalmente contraté a Sandrita. Durante su primer día de trabajo, nos pusimos de acuerdo sobre las expectativas del trabajo, mi estilo personal de administración y evaluación de cumplimiento de objetivos. En realidad, nada fuera del otro mundo, con excepción del tema del maquillaje. Asunto que, he de confesar, no hubiera comentado si el nuevo hubiera sido hombre. Le dije que considero poco profesional que se use tiempo de la jornada laboral para maquillarse, así fueran “solo 15 minutos”.
Esos famosos “15 minutos” de la jornada laboral dedicados al embellecimiento femenino, que algunas terminan convirtiendo en 45 minutos, me parecen un abuso, denota poco profesionalismo, y una muestra definitivamente criticable de que muchas mujeres reclaman igualdad en el ámbito laboral pero no dudaran aprovechar su género para recibir consideraciones especiales. Ahí se acaba la equidad.
Por consideraciones especiales no me refiero a las asociadas a la maternidad. De hecho, para ser sincero, y terminar de afianzar la suposición de que soy un ‘macho’ (en el sentido despectivo del término), yo preferiría que el periodo de la incapacidad por maternidad fuera como en Alemania, de cerca de un año. Así las mujeres podrían atender más tiempo a los recién nacidos. Que a propósito del tema, uno de los gerentes del lugar donde trabajo —que por cierto es unas diez veces mas imbécil que yo— conocido por todos por su misoginia, se expresó frente a la alta administración en los siguientes términos “a mi no me gusta trabajar con las p’ches viejas (Sí, así de tierno) porque luego se preñan, y me dejan el jale tirado. ¡Ira, ira, ira!”. Para mi sorpresa, a todos les causó bastante gracia el comentario misógino, incluyendo a la única mujer presente. ¡Caray! No se le ve mucho futuro al tema de la equidad cuando la alta gerencia no transmite mensajes enérgicos y claros en ese sentido.
Otro comentario sobre la preferencia a no trabajar con mujeres, lo escuché, irónicamente, de una mujer. De hecho, de una de las funcionarias públicas mas eficientes que he conocido. ¿La razón de su dicho? “Somos muy problemáticas”.
Por si fuera poco, otro factor en el que se refleja la falta de equidad de género es en el salario. En el sector público, tal vez un poco más, el salario de la mujer es un poco menor al del hombre. Recuerdo que una encuesta refería un 11% menos. Esto aunado a que cada vez mas mujeres se hacen solas cargo de sus hijos, las pone en franca desventaja a los hombres. Así solo se hace mayor la brecha de la desigualdad, social y económica.
Lo que si de plano se me hace un abuso en la persecución de la equidad de género en el trabajo, es la exigencias de muchas mujeres de que en el uso de correspondencia interna se haga mención del género. Cosa que no solo me parece ridícula sino innecesaria e ineficiente. Para ilustrar mi punto, imagina el saludo de entrada “Que tal Ingenieros…”, tendría que ser escrito de la siguiente manera “Que tal Ingenieros e Ingenieras…” de modo que se tendrían que usar unos 13 o 14 caracteres más. El lenguaje es solo lenguaje, la equidad de género tiene poco o nada que ver con las palabras, y mucho con las acciones y varios factores culturales muy arraigados.
He aprendido que la igualdad no es una prerrogativa, sino un derecho. Desgraciadamente, muchos de mis compañeros de género aun no se han dado cuenta de eso.
Tal vez se pregunten que pasó con Sandrita. Pues bien, no solo hizo un gran trabajo, sino que tal como me lo anunció, trabajo hombro a hombro con nosotros, incluso más. Es más, cuando los otros dos hombres del equipo quedaban doblados por el cansancio, Sandra era ‘the last man standing’. “El último hombre en pie”.

jueves, 18 de noviembre de 2010

más es menos

 El libro de Barry Schwartz, Por qué mas es menos: la tiranía de la abundancia, presenta un mensaje muy interesante: cuanto más tenemos menos libres somos. La tiranía de la riqueza nos obliga a convertir en confort cosas que no lo son. Hemos llegado a un punto en el que tenemos tantas opciones donde escoger que este hecho se ha convertido en un tormento moderno. El castigo del “y si ....”, el veneno del “qué dirán ....” o el cáncer de “es que fulano tiene...” hacen que suframos los efectos de la cinta de correr: correr, correr y correr para desgastar nuestras energías en un esfuerzo inútil que nos conduce a ninguna parte.

El mensaje de este libro es muy potente. Es un mensaje a tener en cuenta en nuestra sociedad. Un mensaje para padres, educadores, políticos y empresas. Hemos estado caminando mucho tiempo por un camino equivocado. Creíamos que dar, que presentar mil opciones, que ofrecer mil productos, eran sinónimo de libertad; pues la ciencia nos invita a pensar que esta idea es contraproducente. Lejos de incrementar nuestra libertad, la multiplicidad de opciones nos ha sacado de una pecera en la que conocíamos los límites, en la que tener unas fronteras nos permitía invertir el tiempo en lo realmente interesante: estar con los demás. Salir de la pecera nos deja solos en un océano de posibilidades que consumen cantidades de nuestro tiempo enormes. Tiempo que no podemos dedicar a cuestiones que en el pasado nos hacían sentir bien. Este proceso provoca que perdamos parte del control sobre nuestras vidas. Vivimos la gran herencia de nuestros antepasados, su trabajo y esfuerzo nos han traído al mejor momento de la historia de la humanidad y nosotros no hemos sabido entenderlo de la forma correcta. Nuestra psicología es imperfecta y tiene estas cosas.

En lo que a las empresas se refiere, ellas son parte de los receptores de este mensaje. ¿Cuánto de lo que vivimos no es culpa de ellas?. Parece que las empresas, al igual que nuestros antepasados, nos han dado un montón de cosas que antes no teníamos y todo esto parece que nos ha hecho más infelices. ¿Culpa de la persona?, ¿culpa de la empresa?. No me atrevería a responder a esta pregunta, lo que sí sé es que tenemos un problema.
La creencia de que darle muchas cosas a un niño hace que este las valore menos está bastante popularizada. Las sueles escuchar a los padres de las criaturas. El sentido común nos invita a pensar que si lo dicen será por algo. Entonces, si lo sabemos, ¿por qué nos empeñamos en lo contrario?.

Seguro de vida, cheque restaurante, cheque guardería, plan de retribución flexible, cheque informático, horario flexible, jornada de verano, catálogo de formación, .... y tantos productos como quieras. Esta es la retahíla de cosas que te puedes encontrar en muchas empresas afortunadas. Una infinidad de opciones para ser infeliz. ¿Alguna vez has pensado que cuanto más tenemos, más queremos?: el piso se me queda pequeño, el coche no es lo suficientemente potente, las vacaciones no son lo suficientemente exóticas ó en mi trabajo no me ofrecen tal cosa. Detrás de estas ideas se esconde la incertidumbre que genera la multiplicidad de opciones. Tengo jornada de verano, horario flexible, licencias para todo, .... pero me falta poder escoger los días de vacaciones cuando me da la gana; y el pensamiento puede llegar a ser: “ .... es que en mi empresa no puedo coger las vacaciones cuando me da la gana...”. ¿Por qué?, según el profesor Schwartz todas esas opciones las convertimos en confort, ya no son un motivador, dejan de serlo a los pocos meses de formar parte de nuestras vidas. Cuando nos acostumbramos a las cosas pasamos a convertirlas en el suelo sobre el que volvemos a evaluar. 

Se ofrecen demasiadas opciones. Me da la sensación de que poca gente piensa en el significado y la utilidad a la hora de diseñar la oferta de opciones de la que disponemos. La multiplicidad nos bloquea, dificulta la toma de decisiones, y cuando las tomamos, todas las opciones descartadas nos castigan recordándonos que nos hemos equivocado. Eso nos frustra y no nos permite disfrutar aquello por lo que hemos apostado. Se podría definir como el castigo de tener mucho, maximizadores que buscan la satisfacción inmediata de placeres cortoplacistas perfectos.

Aquellos que tenemos la responsabilidad de construir esos paquetes de ofertas deberíamos dejar de ser administradores para convertirnos en diseñadores. Administrar es fácil, lo realmente difícil es diseñar. Ser capaces de dibujar ideas que le hagan la vida mucho más fácil a la gente. ¿Parece que lleva asociado poco trabajo?, pues todo lo contrario. Estos diseñadores piensan en la utilidad que va a tener el producto, en el significado dentro del contexto en el que se encuentra. Sin duda un trabajo fruto de complicados procesos intelectuales, nada de funciones repetitivas y simples.
Imagínate poder diseñar ideas que hagan a la gente más feliz en su trabajo, a caso ¿no es eso la mayor felicidad?.

martes, 2 de noviembre de 2010

La esperanza

Hay una creencia paralela a las civilizaciones. Se trata de la idea de la reencarnación, de la vida después de la muerte. Unos le llaman karma, otros cielo o infierno. Las grandes religiones plantean desde tiempos ancestrales esta posibilidad. Dejan así la puerta abierta a que la cosa no se acabe aquí, que hay esperanza después de la muerte. Por este motivo, durante muchos siglos, la gente ha llegado incluso a tratar de modificar su comportamiento para que éste le permitiera pasar de pantalla, subir de nivel. 
Este tipo de creencias dejan claro lo importante que ha sido siempre para el ser humano la esperanza. Saber que hay luz al final del túnel nos alivia y nos permite seguir adelante. Si no fuese así, nos abandonaríamos a la suerte del destino dejando que éste decidiera por nosotros. Cuando sabemos que podemos hacer algo para que la cosa no sea cara o cruz, es cuando surge la iniciativa.

Martin E. P. Seligman ha convertido esta creencia en una realidad. Él nos habla de la indefensión aprendida y nos ha demostrado como la falta de control sobre nuestros actos nos convierte en seres apáticos, carentes de ilusión y con una baja autoestima. Sus primeros experimentos con animales consistían en comprobar como animales sometidos a determinados estímulos negativos constantes acababan asumiendo éstos como algo fuera de su control. De esta manera, los animales responden con resignación ante los mismos no haciendo nada por evitarlos. Simplemente actuaban asumiendo que las cosas eran así y daba igual lo que hicieran. La base de estos experimentos fueron replicados en personas, comprobando que el resultado era el mismo. Aquellas personas que percibían que lo que les ocurría era ajeno a su control, entraban en fases de inactividad.
Este tipo de comportamientos tienen mucho que ver con la base de los estados depresivos. Aquellas personas que sufren de este mal, asumen que da igual lo que hagan, las cosas son como son y ellos poco pueden hacer para cambiarlas.

Algunas empresas son realmente buenas replicando las bases de los experimentos de Seligman. Robar a las personas la capacidad de controlar lo que hacen convirtiéndolos en  sonámbulos profesionales que actúan por mera inercia. ¿Qué podemos hacer para devolverle a la gente la esperanza en sus profesiones?. 
Devolverles la autonomía puede ser un buen primer consejo. Lo de vigilantes de cogotes ya no tiene mucho sentido. Capataces, jefes, “negreros”, ... líderes de pacotilla que lo único que consiguen es desnudar a las personas de su esperanza. Esto es fácil de conseguir, sólo hay que ir minando la capacidad de decidir, de aportar, de crear o de innovar de la persona. Así vamos coartando su iniciativa, destruimos su autoestima profesional, conseguimos que dejen de pensar para comenzar a estar. Eso es lo importante, que estén. Sentados, sin protestar, obedientes a deseos y órdenes, capaces de resistir lo que sea bajo la eterna amenaza de perder el empleo, en definitiva, “trabajando”. Resultado: robots capaces de hacer sin pensar, ajenos a cualquier tipo de emoción en lo que hacen. 
Construir desde aquí es complicado, pero posible. Para devolver esa esperanza hay que construir en sentido contrario. Se podría empezar por otorgar a la persona una misión, algo que controle de principio a fin, algo que dependa de él/ella. Cuando te sientes responsable de lo que haces, y te dejan ejercer esa responsabilidad, es fácil que de una manera casi automática surja la iniciativa. Iniciativa para mejorar, para innovar, para hacerlo lo mejor posible. Así es como se puede empezar a soñar en cosas más grandes que tú mismo. Proyectos e ideas a las que le das forma en tu cabeza y luego haces realidad en tu trabajo. Cuando así sucede la esperanza comienza a brillar, a iluminar nuestros ojos y llenarlos ilusión.

 La OMS habla de que en el futuro la depresión será un mal que afectará a una de cada tres personas. La esperanza quizás sea el mejor medicamento. 

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