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martes, 12 de junio de 2012

La irracionalidad en formato resumido

Lo bueno, si breve, dos veces bueno. Eso reza el dicho y ese es el mejor resumen de lo que se está convirtiendo en una corriente en el ámbito del conocimiento Twitter, TED o Pecha Kucha son buenos ejemplos de ello. 140 caracteres, 18 minutos o 20 imágenes y 20 segundos por imagen para contar una historia. Comprimir la experiencia y ser capaces de contarla en píldoras que transmitan las conclusiones e ideas más importantes de horas y horas de trabajo. Los días de las lecciones magistrales, de los discursos infinitos comienzan a dejar paso a otros formatos que tienen mucho más que ver con el nuevo mundo en el que vivimos. Rápido, sencillo, al grano, esas son las ideas que están detrás de estos formatos, formatos que buscan encender bombillas, invitar a las personas a que piensen y que sean ellas las encargadas de sacar conclusiones y potenciar su conocimiento.


 Pude comprobar lo difícil que resulta sintetizar, ir al grano. Estamos acostumbrados a utilizar un tiempo ilimitado para contar nuestras historias, pero este formato me obligó a someterme a unos límites a los que no estoy acostumbrado y que me permitieron comprobar el poder de la esencia. 

Llegar a la historia no fue difícil, desde el primer momento tuve claro lo que quería compartir, sentí la necesidad de hablar en este foro de lo inconsciente que es nuestra consciencia, pensé que hablar de la irracionalidad sería una buena manera de  demostrar lo lejos que estamos de controlar el rumbo de nuestras decisiones.

 

No conozco a nadie que no quiera ser feliz, pero sí que conozco a muchas personas que carecen del control necesario para la consecución de este objetivo. Básicamente la dificultad reside en nuestra habilidad para tomar decisiones. Cada vez que decidimos marcamos el rumbo de nuestra existencia, y lo preocupante es que creemos que cuando lo hacemos, lo hacemos avalados por la razón y la objetividad. Nada más lejos de la realidad. Antes que seres racionales somos seres emocionales y esta evidencia nos hace menos dueños de nuestros actos. Mi presentación versó en tratar de analizar cuatro filtros a través de los cuales comprobar cómo nuestro corazón manda sobre nuestra razón. El cálculo de probabilidades, la necesidad de sentir el control, los análisis causales selectivos y una memoria caracterizada por el olvido selectivo son estos filtros.

Los cuatro nos muestran cómo vivimos la realidad tal y como nos llega, una realidad ajena a nuestro control y determinante a la hora de vivir nuestras vidas. Estos filtros desnudan una voluntad racional que en muchos casos es víctima de impulsos y respuestas automáticas e irracionales que nos hacen menos dueños de nuestros actos.

 

La solución pasa por conocernos un poco mejor, por practicar un deporte impopular al que llamo conversaciones interiores. Dedicamos poco tiempo a pensar en lo que sentimos, en por qué reaccionamos ante determinados estímulos de maneras concretas y sólo cuando decidimos prestar atención a estos hechos somos capaces de entenderlos y encontrar patrones que nos ayuden a tomar el control de nuestras vidas, un control que nos reportará un mayor bienestar interior y exterior (en ese orden).

 

lunes, 28 de mayo de 2012

Venganza y confianza

Imagínate el siguiente experimento: Te emparejan con otra persona a la que no conoces, ambas están en habitaciones separadas y nunca lo llegaras a conocer. A cada uno le dan $10 pesos. Te toca a ti hacer el primer movimiento y para ello debes decidir si le envías ese dinero al otro participante o te lo quedas tú. Si te lo quedas, cada uno de nosotros conservará y se llevará los $10 pesos. Si por el contrario decides dárselo al otro participante la cantidad se multiplica por cuatro y tu compañero de juego pasa a disponer de los $10 pesos originales más $40 pesos adicionales, lo que lo deja un saldo total de $50 pesos.

Cuando decides darle el dinero al otro jugador éste debe decidir qué hacer con él, puede quedarse con los $50 pesos o pasarte la mitad de esa cantidad haciendo que ambos dispongan ahora de$25 pesos.





La base de este juego es la confianza y el profesor Ernst Fehr comprobó que el ser humano, lejos de lo que concluye la teoría económica, tiende a confiar en los otros, de manera que la mayor parte de la gente está dispuesta a ceder su dinero a desconocidos confiando en que éstos le ayudarán a mejorar su posición en el juego. Pero Fehr y su equipo decidieron ampliar las conclusiones de su experimento y para ello incluyeron una nueva variable realmente interesante. En los casos en los que tu compañero de juego decidía no compartir las ganancias extras conseguidas gracias a tu generosidad, tú podrías usar el dinero de tu bolsillo para castigar esta traición. Así, por cada peso que aportases de tus propios ahorros, a la otra parte se le retiraban $2 pesos del dinero conseguido. Por $25 pesos del sudor de tu frente podías lograr que la otra parte perdiese todo su dinero. 

Mientras los participantes de este experimento tomaban este tipo de decisiones, sus cerebros eran escaneados a través de una tomografía por emisión de positrones. Estas tomografías permitieron observar la actividad cerebral durante el proceso y a lo largo del mismo se comprobó un importante incremento de actividad cerebral en las áreas asociadas con las experiencias de gratificación. Curioso, cuando castigamos a otros por su traición esto nos produce cierto “gustito”.

 

Las personas tenemos una tendencia natural a confiar en los que nos rodean, de algún modo establecemos contratos implícitos con nuestros semejantes cuya clausula más importante es la que hace referencia a la confianza. Quizás, esta es siempre la posición de partida en nuestras interacciones con los demás. Pero las relaciones personales son tan frágiles como el cristal, se rompen con suma facilidad, aunque en el caso de las personas esta ruptura no siempre es tan evidente.

Estos contratos se firman sin ser comentados por ambas partes. Se sobreentienden demasiadas cosas, se da por hecho la buena fe y sobre todo se fija un nivel de expectativas que pocas veces es puesto en común. Cuando las condiciones del contrato son similares a las descritas anteriormente, es relativamente sencillo que una de las partes no satisfaga lo que la otra espera. Cuando este sucede, ese contrato se rompe y da lugar a la aparición de la venganza.

 

La confianza y la venganza son las dos caras de una misma moneda, una fina e invisible línea divisoria las separa y el paso de una a otra sucede sin que apenas nos demos cuenta. La confianza es la cara amable, la que nos permite mostrar lo mejor de nosotros mismos y nos conduce al mejor resultado. Por contra, la venganza muestra nuestra peor versión, y como demostró Ernst Fehr, la sensación de placer que produce hace que no sea tan evidente identificarla cuando aparece. Cuando esta emoción tan negativa entra en escena no nos importa utilizar tiempo, recursos y esfuerzo extra para poner al otro en su sitio.

 

La falta de comunicación a la hora de firmar los contratos que definen nuestras relaciones unido a jerarquías de expectativas unilaterales y la sensación de placer que nos produce la venganza componen un cóctel explosivo que conduce a los seres humanos por una pendiente resbaladiza que termina en el peor de los lugares: la soledad.

domingo, 20 de mayo de 2012

Sorbos

Vivimos obsesionados por convertir nuestras vidas en una suma de experiencias positivas, pero esta tarea es más complicada de lo que se podría pensar a priori debido a la gran cantidad de opciones que cada día se suceden delante de nuestros ojos. El escaparate de la vida nos obliga a tomar múltiples decisiones cuyo único objetivo es encontrar la mejor de las alternativas posibles para maximizar nuestras experiencias.
Y ante este festín de alternativas nos hemos visto “obligados” a establecer reglas que nos ayuden a entender cuál de las disyuntivas es la más adecuada para hacer que nuestra vida sea la mejor posible. Como consumidores, uno de estos  axiomas es la relación lineal que hemos creado entre precio y calidad: un mayor precio significa mayor calidad y viceversa. 
Con esto no quiero dar a entender que una mayor calidad no lleve asociado un mayor precio, pero lo que sí es cierto, es que un precio alto no es sinónimo de una mejor experiencia... que a la postre es lo más importante.
Un producto como el vino nos ayudará a entender cómo funciona la relación entre expectativas y experiencia. Los precios de este bien se mueven en rangos muy amplios y el precio de una botella puede variar mucho en función del producto. Son abundantes los experimentos que se han hecho en este campo para tratar de determinar si los consumidores son capaces de diferenciar en tests ciegos los vinos caros de los baratos. La conclusión siempre es la misma: las personas que desconocen el precio no muestran una mayor satisfacción al probar los caldos más caros.
El truco en estos tests ciegos consistía en eliminar una fuente de información (el precio) que impidiera a la persona convertir algo tan subjetivo como el sabor de un vino en una escala de placer objetivo.
Lo que experimentamos no es lo mismo que sentimos. El valor de la experiencia es el resultado de la interpretación que nuestra mente subjetiva hace de nuestros sentidos, una ecuación en la que entran en juego nuestros recuerdos, nuestros deseos más íntimos y la información de la que dispongamos. La información que nos aportan nuestros sentidos es imprecisa y somos nosotros los que la completamos con aquello que tengamos más a mano. 
El filósofo Wilfrid Sellars afirma que no hay forma de separar en nuestras experiencias sensoriales lo que llega a nuestra mente y lo que ésta se encarga de añadir, de manera que cuando los individuos objeto de los experimentos de cata dan un sorbo al vino no están saboreando primero el vino y luego pensando en su precio. El proceso ocurre de manera simultánea, saboreamos todo al mismo tiempo, de tal modo que si pensamos que el vino es barato, éste nos sabrá a vino barato.
 
Resulta relativamente sencillo engañar a nuestro cerebro en este proceso. Neuroeconomistas de Caltech realizaron un estudio en el que una misma clase de vino era etiquetado con precios diferentes y ofrecido a los participantes (por supuesto, ellos no conocían esta información). La actividad cerebral de estas personas fue monitorizada a través de resonancias magnéticas durante la cata para analizar qué partes del cerebro se activaban durante la misma. De todas las zonas activadas, sólo una mostraba mayor actividad ante el precio del vino que al sabor de éste, se trataba del cortex orbitofrontal. En general, cuando el individuo creía que el vino era más caro, el nivel de excitación de esta parte del cortex prefontral era mayor, llegando incluso a provocar cambios en las preferencias de los sujetos objeto del estudio.
Los experimentos de Caltech muestran la sensación de placer como un producto de nuestra imaginación en el que nuestras expectativas son las responsables de determinar el valor de nuestras experiencias. Conclusión: el placer varía en función de lo que pensamos... o nos hacen pensar. 
 
Lejos de considerar todos estos hallazgos como un fallo de nuestro cerebro, estas conclusiones abren un mundo de posibilidades y opciones en la construcción de experiencias mucho más satisfactorias sin que sea necesario hacer sufrir a nuestros bolsillos. Nuestro cerebro esta capacitado para disfrutar de las cosas sencillas, pero a medida que se van ampliando el número de opciones sobre las que elegir, el precio es un atajo que nos permite hacer asociaciones simples en busca de la maximización del placer. ¿A alguien le cabe alguna duda de que las cosas importantes de la vida no tienen precio?.

lunes, 7 de mayo de 2012

Tics sociales

Una de las grandes aportaciones del cine a nuestra sociedad es que hace visibles problemas “invisibles” que pasan totalmente desapercibidos. Ha sucedido con el Discurso del Rey y la tartamudez, pero hay cientos de ejemplos que nos acercan a todo tipo de desórdenes que son difíciles de entender hasta que los ves en la pantalla. Recuerdo el día que vi Una Mente Maravillosa, ese día le puse cara a una enfermedad tan terrible como la esquizofrenia, y  entendí un poco mejor lo que sienten quienes la padecen. Shutter Island es otro ejemplo que nos introduce en el oscuro y confuso mundo de las alucinaciones. Pero hay una película que me gustó especialmente y que me permitió entender algunos de los desordenes neurológicos causados por el síndrome de Tourette. La película es Mejor Imposible, en la que un Jack Nicholson espectacular nos enseña una maraña de tics y manías que son mostradas de una forma bastante cómica, pero que hacen que la vida del personaje sea bastante complicada.
Esta película me ayudó a conocer las dificultades a las que cada día tienen que hacer frente las personas que sufren este tipo de desórdenes. Pero lo que la película no muestra es la cara positiva de esta enfermedad, una cara amable que abre un mundo de posibilidades para las personas y la sociedad en general.
El síndrome de Tourette es un trastorno de desarrollo caracterizado por una serie involuntaria de tics (verbales y motores). La vida de las personas que sufren este tipo de desórdenes transcurre en una lucha constante por tratar de evitar la cara visible de esta enfermedad: los tics. Esta lucha se traduce en una activación incesante de la zona dorsolateral del cortex prefrontal de nuestro cerebro, una zona asociada al autocontrol y la regulación motora. Su activación incesante es la responsable de que las personas con este tipo de afección tengan un mayor control cognitivo que el resto de la población debido a sus esfuerzos constantes por tratar de controlar palabras, gritos, movimientos espontáneos, insultos,... que escapan a su control.
Investigadores de la Universidad de Nottingham trabajaron sobre este hecho para comprobar la consistencia de dichas conclusiones. Para ello diseñaron un experimento en el que se trataba de inhibir los movimientos oculares automáticos. El resultado del experimento fue que las personas con el síndrome de Tourette cometían menos errores que el resto. Comparando las imágenes por resonancia magnética de su cerebro, observaron que las personas con el síndrome poseían una mayor densidad de conexiones en el cortex prefrontal (recordemos que es donde se regulan nuestros impulsos).
 
Hace poco escribía sobre el autocontrol en otro post. En éste se hablaba de la voluntad y el autocontrol como recursos cognitivos finitos, que cuando se agotan, dejan expuesta nuestra persona a las respuestas caprichosas de nuestras emociones y sentimientos sin ningún tipo de filtro que matice sus efectos sobre los que nos rodean. El autocontrol y la fuerza de voluntad nos permiten ser mejores seres sociales y nos introduce en contextos en los que ser flexible con nuestro entorno nos reporta mayores beneficios a largo plazo.
En 1999, los psicólogos Mark Muraven, Roy Baumeister y Diana Tice realizaron un estudio en el que le pedían a un grupo de estudiantes que mejorasen su postura en clase durante dos semanas. En vez de sentarse encorvados, algo que hacían de manera inconsciente, tenían que estar atentos y tratar de sentarse derechos. Este grupo de estudiantes mostró un mejor resultado que el de sus compañeros en actividades que requerían capacidades relacionadas con el autocontrol. El porqué de estos resultados reside en que mientras el grupo objeto del estudio entrenaba su autocontrol, el resto lo dejaba libre y presa del momento. 
Estos resultados dotan de consistencia las conclusiones de los investigadores de la Universidad de Nottingham. Resulta que el autoncontrol es algo maleable y que podemos trabajar. Los estudios de personas con el síndrome de Tourette demuestran como el entrenamiento constante ayuda a mejorar capacidades como la de un mayor control de nuestros actos. En el caso de las personas con el síndrome de Tourette se trata de tics, pero hay otro tipo de tics que todos tenemos y que trabajamos poco, se trata de los tics sociales, esos comportamientos automáticos que reproducimos una y otra vez ante determinados patrones. Trabajarlos ayuda a que recuperar la propiedad de nuestros actos.

lunes, 23 de abril de 2012

Cómo nos gustamos!!!

¡los polos opuestos se atraen!. ¿Verdad o mentira?. La cultura popular utiliza este dicho para justificar la unión de personas muy diferentes, pero, ¿realmente se atraen los polos opuestos?. La psicología ha demostrado que esto no es así, que hay algo a lo que se denomina el efecto similitud de atracción (SAE: similarity-attraction effect) que provoca que nos pasemos un porcentaje importante de nuestro tiempo buscando a personas que se parezcan a nosotros. Esta característica humana es universal; aplica a todas las culturas que habitan el planeta. Lo mismo sucede en tu trabajo que en una aldea remota de las bosques de Borneo. La búsqueda de nuestros iguales empuja buena parte de nuestras habilidades y acciones.

Lo psicólogos Paul Ingram y Michael Morris, de  la Universidad de Columbia, realizaron un experimento al que invitaron a un buen número de altos ejecutivos de grandes empresas y de diferentes sectores. La reunión era convocada con el objetivo de trabajar la red de contactos de cada uno de ellos y así poder conocer colegas de otros entornos profesionales. Las conversaciones entre los participantes eran monitorizadas por los investigadores y éstos observaron, como de una manera natural e inconsciente, los contables se juntaban con los contables, los ingenieros buscaban otros ingenieros con quienes compartir experiencias, los médicos debatían con otros médicos la resolución de las encrucijadas de la salud. Al final, una reunión cuyo objetivo era mezclar personas diferentes, se acabó convirtiendo en una sala con tantas reuniones paralelas como pares de iguales participaban.

El anhelo por compartir nuestro tiempo con personas lo más parecidas posible a nosotros, no sólo influye en fiestas y reuniones, este deseo conforma la red social en la que vivimos y nos movemos, haciéndola cada vez más selecta y restringida, un club en el que sólo se aceptan personas como yo, con mis gustos e inquietudes, con mis valores y principios, que comparten todo aquello que me mueve a actuar. Este hecho hace que nuestro mundo social esté repleto de personas con las que nos es más sencillo y cómodo vivir, donde el día a día es más llevadero y donde nos resulta más fácil ser nosotros mismos.

Esta realidad tiene implicaciones muy claras y de gran impacto en nuestras vidas. Cuando vivimos la vida como si fuera un accidente, dejando que el día a día decida por nosotros, nos podemos encontrar en lugares a los que no pertenecemos y donde las personas con las que lo compartimos nada tienen que ver con nosotros. En esos “no lugares” será muy difícil que podamos ser nosotros mismos y dar salida a nuestras necesidades como animales sociales. Si lo trasladas a tu trabajo será fácil que entiendas lo difícil que resulta bregar en un sitio en el que tus compañeros nada tienen que ver con tu forma de ser.  Cuando la vida toma las decisiones por nosotros y el efecto similitud de atracción queda atrofiado por la inercia de lo cotidiano, corremos el riesgo de equivocarnos a la hora de escoger nuestros compañeros de viaje, lo que supondrá un gran tapón a nuestros talentos, virtudes y fortalezas.
Todo esto no es sólo un mal que afecte a las personas. Las empresas también padecen de esta miopía social, y en este caso el error consiste en pensar que todas las personas son iguales y que lo único importante es que trabajen. Traducido al mundo de las normas sociales es tanto como afirmar que te podrías casar con cualquier persona siempre y cuando fuera del otro sexo (o no). Cuando una empresa busca un profesional adecuado para su organización debe pensar en los valores y principios que la definen para luego tener claro quién puede formar parte de ese proyecto a largo plazo. Todo lo demás es como acudir a esa fiesta de la que hablábamos al principio, si no tienes nada en común con la persona, ésta no tardará en darte la espalda y ponerse a hablar con otra.

Empezaba el post con un dicho popular y me voy a atrever a cerrar con otro: dime con quién andas y te diré quién eres. Cuando veamos dos polos opuestos juntos nos tendremos que preguntar si realmente son tan opuestos como aparentan… a lo mejor nos llevamos una sorpresa y vemos más similitudes que diferencias.

lunes, 2 de abril de 2012

UYYYY!!! Casi Casi!!!

De lo intrínseco de la motivación hemos hablado en múltiples ocasiones en este blog. No hay duda de que le verdadera motivación nace dentro de cada uno de nosotros. Se trata de una energía que nosotros fabricamos y cuyos interruptores son la autonomía, la maestría y el propósito. Pero nunca hemos hablado de cuál es el motor que mantiene toda esta maquinaria en marcha. Yo le voy a llamar: uyyy!!!. Se trata de la sensación que genera en nosotros situaciones en las que, casi, conseguimos el objetivo deseado. Cuando nos quedamos a un punto de la gloria. Situaciones que generan cantidades suficientes de dopamina, que inundan nuestro cerebro medio creando en nosotros sensaciones similares a la de la victoria. No hemos ganado, pero casi. Y ese “pero casi” es un uyyy! que anula en nuestro cerebro la sensación de derrota y nos empuja a seguir intentándolo... porque hoy es nuestro día de suerte!. Nuestro circuito de recompensas se ve atraído de una manera intrínseca por la sensación que genera uyyy!
 
Cuando las cantidades de dopamina generadas en el cerebro están muy por encima del nivel de equilibrio, entonces podemos ver la cara oscura de este proceso en forma de ludopatía. Una enfermedad que impide ver al que la sufre las inmensas probabilidades que tiene el fracaso en su búsqueda incesante del gran triunfo. Los casinos son fábricas de algoritmos diseñados para aprovecharse del motor de la motivación intrínseca. Un motor que se activa cada vez que el uyyy! hace presencia en nuestras vidas.
 
Nuestros más antiguos ancestros ya eran movidos por esta fuerza empujándoles a cazar más, a buscar un mejor lugar donde vivir, a querer demostrar que su esfuerzo se merecía mucho más. Esta fuerza nos ha traído hasta aquí, un mundo donde tenemos más de lo que podemos tener. 
Si te paras a pensar en esta fuente de energía cinética seguro que detectas entre tus múltiples actividades diarias aquellas que despiertan la fuerza que te empuja un poquito más. Esa energía que hace nuestras vidas interesantes al ser la responsable de anunciarnos la presencia de lo que realmente nos gusta. Cuando este motor se enciende hay algo ahí que nos hace sentir bien, una sensación que nos permite disfrutar de la fuerza del progreso. Y en el momento que el progreso hace presencia en nuestras vidas, nuestra fuerza de voluntad se ve enormemente reforzada.
 
Conocemos los interruptores y sabemos como funciona el motor de la motivación intrínseca, ¿entonces, por qué no los usamos más a menudo?. Esto, lejos de ser un secreto, es una herramienta de trabajo para muchas personas que diseñan estímulos que cada día hacen miles de impactos en nuestra vida. Como todas las fuentes de energía, son limitadas, y cuando su uso se ve activado en múltiples ocasiones, por cada vez más ingeniosas formas de llegar a nosotros, sufrimos el riesgo de que el motor se vicie y no podamos usarlo cuando realmente más lo necesitamos.
 
La fuerza de “casi casi” es nuestro mayor aliado a la hora de encontrar la forma de poner en marcha nuestro interior. Vigilar cómo funciona y cuándo funciona este motor ayuda a encontrar nuestro mejor yo. Un yo que olvida lo que le rodea para disfrutar realmente de lo que hace, de esa tarea que es inmune a evaluaciones, juicios de valor, plazos, miedo, imposiciones,... Cuando encontramos esa tarea nosotros somos los dueños, los que controlamos lo que pasa, precisamente porque somos los que mejor entendemos lo que hacemos, y además, lo que hacemos nos permite sentir esa conexión entre el resultado de nuestro trabajo y su objetivo. Cuando esto sucede la magia del significado genera el envoltorio de una ecuación perfecta cuyo resultado es una de las mejores versiones de ti mismo.

martes, 13 de marzo de 2012

¿De dónde vienen los malos humos?

¿Te suena eso del típico día duro de trabajo en el que llegas a casa de mala leche?. Creo que es algo más común de lo que parece. Esa mala leche surge por algo, y como siempre, los científicos sociales nos ayudan a entender el origen del mal humor. En los años 90, Roy Baumeister y Mark Muraven nos hablaron del “agotamiento del ego”. Nuestro autocontrol y fuerza de voluntad son recursos cognitivos finitos, de manera que su sobreutilización acarrea un agotamiento del ego que lo convierte en cobarde y débil a la hora de afrontar la realidad que le toca. Nuestro día a día hace que vivamos con el piloto automático puesto y eso nos lleva a vivir una vida que a veces no se parece a la que nos gustaría.
 
En el 2007 se realizó un estudio en esta línea que reforzaba las teorías de Roy Baumeister y Mark Muraven. Se disponía un grupo de hambrientos individuos a los que se le ofrecía un sabroso donuts de chocolate. Los científicos le pedían a los participantes que tratasen de reprimir su ansias por comerse aquel delicioso donuts. Pasado un tiempo, los científicos comenzaron a increpar a los participantes. Comprobaron que aquellos que no habían conseguido refrenar sus ansías tenían respuestas mucho más agresivas a los insultos de los científicos. Esto confirma el típico estado de ánimo de la gente que está a dieta o tratando de dejar el tabaco. La necesidad de autocontrolarse agota su ego dejando que las emociones negativas afloren mostrando su peor cara.
 
Estos estudios le dan sentido a la necesidad de ser uno mismo en el trabajo, y en la vida en general. Ser uno mismo suena evidente, pero es increíble comprobar como dejamos de serlo para tratar de comportarnos de otra manera. Esto nos conduce al agotamiento de nuestra esencia, y eso puede resultar peligroso. 
La velocidad de nuestras vidas nos obliga a vivir a un ritmo en el que malgastamos el autocontrol y la fuerza de voluntad, dos recursos necesarios para mantener nuestra homeostasis interior. Derrochamos estos recursos en situaciones poco necesarias, lo que demuestra que el ser humano es un depredador de los recursos finitos. Cada vez que tenemos a nuestro alcance recursos limitados los consumimos hasta agotarlos. Así sucede con el petróleo, los bosques, los océanos,... y por supuesto, con la fuerza de voluntad y el autocontrol. ¿Por qué lo hacemos?, quizás por esas prisas con las que vivimos. Mucho no es sinónimo de mejor. Elegimos y pensamos como maximizadores, lo que nos aparta del equilibrio. Situaciones mantenidas de este tipo de comportamientos tienen situaciones fatales: divorcios, despidos, quiebras,...
 
A lo largo de este blog he escrito muchos posts en los que se hace referencia a la vocación. Realmente esta es la clave para evitar que nuestro ego se agote y nos convierte en nuestras peores versiones. Cuando haces algo con lo que disfrutas es raro que tengas que utilizar el autocontrol y la fuerza de voluntad. Estos bienes están a buen recaudo cuando lo que haces no supone esfuerzo alguno para ti, cuando puedes ser tú mismo, cuando puedes expresar tus ideas y pensamientos. En estas situaciones nuestra fuerza de voluntad y nuestro autocontrol disponen de una tarifa plana. No hay consumo y por lo tanto nuestro equilibrio interior nos conduce con mayor facilidad a sentimientos de bienestar.
Merece la pena dedicarle tiempo a pensar: ¿qué es lo que me gusta?, porque cuando encuentras la respuesta dispones de la llave que abre una de las puertas que conduce al bienestar.

jueves, 19 de enero de 2012

El talento está lento

 A principios de los 80, el psicólogo de la Universidad de Minnesota, Paul Sackett, realizó un experimento con cajeras de supermercado en el que medía la velocidad con la que eran capaces de pasar por el escáner un par de docenas de productos. Las primeras conclusiones eran obvias: unas cajeras eran más rápidas que otras.
Estos datos fueron cruzados con el historial de rendimiento de cada un de ellas, un historial en el que se medía como había sido su trabajo durante largos periodos de tiempo. Sackett creyó que puntuaciones altas en el experimento, es decir, personas que habían sido muy rápidas en la tarea de pasar productos por el lector, serían las que mostrasen un mejor desempeño a largo plazo. Pero lo que se encontró fue una correlación muy baja entre ambos factores. Este hecho le llevó a distinguir dos tipos de rendimiento: el “rendimiento máximo” era aquel que se detectaba cuando se cronometraba a las cajeras, éstas, motivadas por el hecho de ser evaluadas, ponían toda su atención en hacerlo lo mejor posible. El otro tipo era el “rendimiento típico”, resultado de muchas horas de trabajo en las que la persona no estaba siendo cronometrada, y por lo tanto carecía de esa motivación adicional.
La diferencia entre ambos tipos de rendimiento residía en que el rendimiento máximo no intervenían rasgos de personalidad, rasgos que sí hacían presencia en el rendimiento típico y cuyo protagonismo modificaba el resultado, a priori evidente.
 
Los experimentos del profesor Sackett muestran el grave error que cometemos cuando medimos. Somos una sociedad obsesionada por el máximo rendimiento, no por el rendimiento típico. Venimos de un contexto orientado a medir a través de todo tipo de tests: quién es el más listo, quién tiene el mayor coeficiente intelectual, quién memoriza mejor, quién pasa las pruebas de acceso, quién aprueba el examen... muchas pruebas que nos dicen quién es mejor realizando máximos rendimientos. Pero resulta que la vida no termina cuando termina nuestra etapa formativa, ahí es donde empiezan las pruebas que miden el rendimiento típico, que a la postre es él que indica el éxito o fracaso profesional.
 
En la obsesión por medir el talento nos han podido las prisas. Todas nuestras pruebas encargadas de medir el máximo rendimiento son incompletas por carecer de lo más importante: la capacidad de medir algunos de los factores esenciales para el de éxito en la vida, tales como el autocontrol o la perseverancia. Rasgos de carácter que no son medidos por los tests, y que sin embargo son un factor diferencial para hacer diagnósticos a largo plazo.
Los test de máximo rendimiento, por ejemplo, funcionan muy bien para determinar el éxito en pruebas deportivas. Éstas se caracterizan por buscar en cada persona su máximo potencial en periodos cortos de tiempo. Pero por mucho que nos lo quieran hacer creer, nuestra vida poco tiene que ver con cualquier prueba deportiva. El talento es talento, y el talento está lento. Hay un antídoto que nos ayuda a detectar el talento en su estado más puro, pero éste cotiza a la baja hoy en día ya que consume tiempo, se trata de la observación, una ciencia lenta, que requiere su tiempo y su espacio, una ciencia que no arroja resultados rápidos, pero que nos da el poder de conocer en profundidad la realidad que nos rodea. Este hecho permite que nuestro instinto presente porcentajes de acierto muy superiores al de algunas disciplinas de la ciencia.
Seguro que decidir quién es tu amigo no es una tarea que te tomes a la ligera. Estoy seguro también de que no le pases ningún tipo de test psicológico a tus amigos, y es muy probable que tu porcentaje de error en estos “procesos de selección” haya sido muy bajo. 
En aquellos ámbitos de nuestra vida en los que podemos permitirnos el lujo de pararnos a observar es muy probable que nos sea más sencillo asegurar quién es el que posee el talento de...

Sobremotivación

Si alguien te dijese que de hoy en una semana tienes que dar un discurso delante de 1000 personas sobre algo que te apasiona, ¿cómo te sentirías?. Estoy seguro de que a la mayoría nos asaltaría el miedo inicial: “¡1000 personas!”. Pero en ese mismo momento nos pondríamos a trabajar en ello para hacerlo lo mejor posible. Practicaríamos una y otra vez el discurso en la intimidad de nuestras habitaciones hasta conseguir el mejor resultado posible. Pero resulta que el día del discurso la presión de las 1000 personas bloquea nuestra voz y hace que el resultado del discurso no sea el mismo que el alcanzado en la habitación de nuestra casa. En este caso, el interés por impresionar a nuestro público es un claro ejemplo de sobremotivación, que en vez de permitirnos dar lo mejor de nosotros mismos, nos conduce a la situación opuesta.
 
Vivimos tiempos de cambio en el terreno de la retribución. El antiguo modelo, en el que mayores incentivos conducían a mejores resultados, ha dejado paso a un modelo que se mueve en sentido contrario: mayores incentivos provocan peores resultados.
Se ha demostrado en repetidos experimentos que tareas rudimentarios se realizan mucho mejor cuanto mayor es el incentivo que se recibe a cambio. Pero cuando las tareas rudimentarias se sustituyen por tareas que supongan el más mínimo uso de funciones cognitivas, la relación es inversa. Los casos de glosofobia, como el descrito en el ejemplo inicial, muestran como un incentivo excesivo puede bloquear nuestra capacidad para conseguirlo, nos aparta de la tarea y nos acerca al incentivo, esto hace que nuestro nivel de atención sea mucho menor, mermando así nuestra capacidad para hacer lo que antes era mucho más sencillo.
 
Otra historia curiosa que nos puede ayudar a entender este tema es la del niño tartamudo: se trataba de un niño con dificultades de habla que un día se coló en el autobús con tan mala suerte que el revisor lo pilló durante su travesura. Éste, al dirigirse al niño pidiéndole el billete, provocó que el niño buscara una manera de escapar del castigo que le esperaba, eso le llevó a pensar: “si tartamudeo seguro que le doy pena y me deja viajar gratis”. Con esta idea en mente comenzó a hablar. En ese mismo momento pudo escucharse a si mismo en un discurso fluido, en el que la tartamudez había desaparecido para dejar paso a un chorro de voz constante. A este niño la sobremotivación por tartamudear le costó el billete de autobús. No se trataba de una tarea rudimentaria, consistía en fingir, en actuar delante de aquel revisor para tratar de ablandar su corazón, y fue precisamente esa presión social la que en este caso jugó el papel de sobremotivador alejando al niño de hacer bien lo que tenía que hacer, aunque esto fuese tan cotidiano para él como tartamudear.
 
Hace ya mucho tiempo que hablamos en este blog del maravilloso descubrimiento que Mihaly Csikszentmihalyi hizo en su día cuando le habló al mundo del “Flow”. Realmente creo que este concepto esconde la solución a muchos de los problemas que tienen que ver con las personas y su situación profesional. El control del binomio: retos/habilidades, es el secreto del camino medio. El que lo encuentra disfruta de sus ventajas y una placentera sensación de bienestar, el que se aparta del camino medio comienza a dar bandazos en búsqueda de un equilibrio que cuanto más se busca, más se aleja.
El caso de la sobremotivación responde a un encarecimiento artificial del reto. Este precio inflacionario deja sin valor a unas habilidades suficientes pero que se han visto relegadas por el excesivo precio de los incentivos.
La búsqueda del equilibrio a la hora de fijar sistemas de incentivos modernos debe tener en cuenta que las tareas cognitivas, cada día más frecuentes en nuestro trabajo, cambian la idea de que cuanto más, mejor. En la nueva ecuación de cálculo existen sentimientos, creencias, expectativas,... que hacen que la búsqueda de una fórmula universal se torne en misión imposible. Cada persona tiene una ecuación distinta. Cuanto mayor sea el grado de personalización del cálculo, mejor será el resultado. Las fórmulas universales buscan una media que molesta, sobre todo, a los que están por encima de ella. Al mismo tiempo, funciona como un sobremotivador para todas las personas que se encuentran por debajo de la media. 
La generalidad se agota, cada día tenemos que aproximarnos más a la persona, conocerla y ser conscientes de sus necesidades y expectativas. Cuanto más cerca estemos de este punto, mayor será nuestra capacidad para diseñar un entorno en el que la persona fluya en un proceso constate de automotivación.

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