Recuerdo con especial cariño mis años de facultad (hace casi ya 4 años). Durante aquel tiempo había una pregunta que me rondaba la cabeza: ¿cómo van a ser las cosas cuando salga de aquí?, ¿qué es lo que tiene el mundo laboral que tantos comentarios genera?.
De todos los consejos y comentarios recibidos por aquel entonces, me quedo con uno que me dio mi padre: “... en el trabajo, cuando tengas que tomar una decisión, piensa que el dinero que estás gastando, invirtiendo o ingresando es tuyo, ¿cuál sería la decisión entonces?, la respuesta a esa pregunta seguramente sea la mejor opción”. Nunca me he podido quitar ese comentario de la cabeza, y a día de hoy, y espero que durante muchos años, éste guíe todas mis acciones.
Los años de facultad ya quedan atrás y mi experiencia sigue demostrándome que ese comentario no hubiera sido un mal mensaje para muchas otras personas. Los comportamientos de desinterés que mostramos por las cosas que no son nuestras es una constante que he ido viendo en el tiempo: pisos de alquiler destrozados, los baños de los locales públicos hechos un asco, depósitos de basura en medio de parajes naturales, despilfarros con dinero público, mobiliario urbano destrozado, todo tipo de energía desperdiciada, ... y toda una retahíla de ejemplos que hacen patente la falta de responsabilidad que muestran algunas personas con aquellas cosas que no son de “su propiedad”.
Todas estas muestras de irresponsabilidad, y muchas otras que si te paras a pensar te vendrán a la cabeza, suelen surgir cuando crees que las cosas no son tuyas. Cuando lo que está en juego no es de mi propiedad, parece que las reglas del juego son otras ... nada más lejos de la realidad.
Cuando cambiamos las reglas del juego para cuestiones como el medio ambiente, el dinero público, las infraestructuras, ... es muy probable que estemos confundiendo el término “propiedad”, y cuando esto ocurre, se activa la palanca de la irresponsabilidad que nos conduce hacia un comportamiento muy vicioso cuyo destino es el agotamiento del recurso.
Al igual que el medio ambiente, el dinero público o el mobiliario urbano, las empresas son esos entes impersonales que no pertenecen a nadie, pero que pertenecen a todos. Es aquí donde el consejo de mi padre cobra sentido y se llena de significado. Me ayuda a imaginar que parte del dinero que entra y sale en la empresa es mío, y eso contribuye a centrar mis decisiones, a entender mejor el negocio, pero sobre todo, a actuar con responsabilidad sobre algo que no sólo es mío y de lo que depende el bienestar de otras personas.
Cuando oigo hablar de políticas de gastos pervertidas, procesos boicoteados, clientes maltratados, compañeros menospreciados, ... vienen a mi mente todo tipo de prácticas irresponsables: el escaqueo, mirar para otro lado, escurrir el bulto, culpar a otros, ... ¿Cuánto de todo esto es la causa de lo que nos ha llevado a donde estamos?. Si las empresas hubieran sido gestionadas con los ahorros de los que toman las decisiones estoy más que seguro de que las cosas hubieran sido muy diferentes. Piensa en cuántas cosas de las que haces en tu trabajo harías si la empresa fuese tuya y el beneficio de la misma el pan de tus hijos ...
Hoy que tanto se habla de gestionar y medir el compromiso, piensa en qué personas de tu organización se comportan de esta manera, y sin duda, eso te dará un indicador claro del grado de compromiso con el que cuentas. Incrementarlo depende de tu capacidad para hacer sentir como suya la empresa a todos los profesionales. Trabajar sobre la responsabilidad individual, ser capaz de hacer entender que ese recurso “ajeno” es de todos y que de su correcta gestión dependerá el futuro de TODOS. Pensar: “total, nadie se va a dar cuenta...” es el principio de la cuesta abajo, y es muy probable que además se te rompan los frenos y sólo te des cuenta de que no los tienes cuando realmente los necesites.
0 comentarios:
Publicar un comentario