Seguramente hayas oído hablar de la erótica del poder. ¿Qué tiene el
poder para gustarle tanto a la gente?, ¿qué ven nuestros ojos en él que
tanto les llama la atención?. El poder ha sido durante la historia de la
humanidad una excusa sobre la que justificar enfrentamientos y
batallas, un bien por cuya conquista y disfrute se han sacrificado
millones de vidas. Este objeto de deseo ha formado parte de la historia
de la humanidad desde sus inicios y aunque han sido muchas las formas
que ha adoptado, sus características principales no han variado a pesar
de su vejez. Lo que sí ha evolucionado han sido las instituciones y la
sociedad sobre la que aplican y quizás sea momento de darle una vuelta
al tema.
Una
característica importante del poder, y que le resta parte de ese
atractivo que tanto nos llama la atención, es que en un porcentaje muy
alto de casos aquellas personas que lo ostentan pierden parte de los
rasgos y características que lo llevaron hasta él. Son muchos los casos
de personajes públicos que llegaron a posiciones de poder gracias a
rasgos de personalidad extraordinarios, pero por desgracia también son
muchos los casos en que este tipo de personas se han visto traicionadas
por rasgos totalmente antagónicos a los que le concedieron su posición
de autoridad.
Los
psicólogos afirman que uno de los mayores problemas con la autoridad es
que provocan la pérdida de interés por los problemas y emociones de
otros. Así, las personas que ostentan posiciones de mando tienden a
confiar más en estereotipos y generalizaciones a la hora de juzgar a sus
semejantes.
El psicólogo Adam Galinsky
y algunos colegas han estudiado este fenómeno a través de una serie de
experimentos. En uno de ellos se les pedía a los participantes que
pensasen en situaciones en su vida en las que hubieran disfrutado de
posiciones en las que ejercer su poder y otras en las que sucediese todo
lo contrario. Una vez hecho esto, se les pidió que dibujasen una E en
su frente. Aquellos que habían reportado mayor número de situaciones en
las que habían ostentado la autoridad solían dibujar la E al revés.
Galinsky y sus colaboradores concluyeron que esto se debía a lo que
llamaron la miopía del poder, una miopía que provoca en quien la sufre
una mayor dificultad a la hora de entender e integrar puntos de vista
diferentes a los suyos.
En
otro estudio realizado en el 2009, el mismo Galinsky observó como el
poder convierte a quien lo disfruta en un hipócrita. En este estudio
observó a través de múltiples pruebas y encuestas como las personas que
ostentaban posiciones de autoridad eran capaces de justificar su faltas,
mientras que el rasero por el que medían las actuaciones del resto de
la población era totalmente diferente. El argumento principal en sus
justificaciones consistía en valorar sus actos como realmente
importantes y valiosos, algo que no observaba en los actos de su
prójimo.
Si
la autoridad nos hace miopes, ¿no será necesario que nos replanteemos a
quién y cómo le damos el poder de nuestras empresas e instituciones y
en qué condiciones lo hacemos?. Los estudios de Galinsky nos deberían
ayudar a replantear nuevos modelos de autoridad. Los beneficios
otorgados hasta ahora a las figuras de poder en las organizaciones
parecen haber sido contraproducentes, ya que en vez de convertir a sus
usufructuarios en mejores personas lo que hacen es todo lo contrario.
Cambia el foco del “nosotros” al “yo”. Lo colectivo pasa a un segundo
plano convirtiéndose lo individual en el centro de todas las decisiones.
Una de las características fundamentales de un buen líder debería ser
la empatía y si el poder y autoridad nos apartan de ello nublando
nuestra vista, quizás sea preciso buscar nuevos modelos, nuevas formas
de otorgar poder a un ser humano, con privilegios justos y razonables,
con la obligación pública de predicar con el ejemplo, con la necesidad
de rendir cuentas constantemente a la gente a la que presta servicio,
garantizando y revisando que no aparezca esa miopía que conduce a la
ceguera que convierte a tantos y tantos líderes en auténticos
“temerarios”, limitando en el tiempo los periodos de los que se puede
disfrutar de este bien tan adictivo, ya que si lo otorgamos de manera
ilimitada en el tiempo nos será muy complicado poder acotar sus efectos.
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