Si
alguien te dijese que de hoy en una semana tienes que dar un discurso
delante de 1000 personas sobre algo que te apasiona, ¿cómo te
sentirías?. Estoy seguro de que a la mayoría nos asaltaría el miedo
inicial: “¡1000 personas!”. Pero en ese mismo momento nos pondríamos a
trabajar en ello para hacerlo lo mejor posible. Practicaríamos una y
otra vez el discurso en la intimidad de nuestras habitaciones hasta
conseguir el mejor resultado posible. Pero resulta que el día del
discurso la presión de las 1000 personas bloquea nuestra voz y hace que
el resultado del discurso no sea el mismo que el alcanzado en la
habitación de nuestra casa. En este caso, el interés por impresionar a
nuestro público es un claro ejemplo de sobremotivación, que en vez de
permitirnos dar lo mejor de nosotros mismos, nos conduce a la situación
opuesta.
Vivimos
tiempos de cambio en el terreno de la retribución. El antiguo modelo,
en el que mayores incentivos conducían a mejores resultados, ha dejado
paso a un modelo que se mueve en sentido contrario: mayores incentivos
provocan peores resultados.
Se
ha demostrado en repetidos experimentos que tareas rudimentarios se
realizan mucho mejor cuanto mayor es el incentivo que se recibe a
cambio. Pero cuando las tareas rudimentarias se sustituyen por tareas
que supongan el más mínimo uso de funciones cognitivas, la relación es
inversa. Los casos de glosofobia,
como el descrito en el ejemplo inicial, muestran como un incentivo
excesivo puede bloquear nuestra capacidad para conseguirlo, nos aparta
de la tarea y nos acerca al incentivo, esto hace que nuestro nivel de
atención sea mucho menor, mermando así nuestra capacidad para hacer lo
que antes era mucho más sencillo.
Otra
historia curiosa que nos puede ayudar a entender este tema es la del
niño tartamudo: se trataba de un niño con dificultades de habla que un
día se coló en el autobús con tan mala suerte que el revisor lo pilló
durante su travesura. Éste, al dirigirse al niño pidiéndole el billete,
provocó que el niño buscara una manera de escapar del castigo que le
esperaba, eso le llevó a pensar: “si tartamudeo seguro que le doy pena y
me deja viajar gratis”. Con esta idea en mente comenzó a hablar. En ese
mismo momento pudo escucharse a si mismo en un discurso fluido, en el
que la tartamudez había desaparecido para dejar paso a un chorro de voz
constante. A este niño la sobremotivación por tartamudear le costó el
billete de autobús. No se trataba de una tarea rudimentaria, consistía
en fingir, en actuar delante de aquel revisor para tratar de ablandar su
corazón, y fue precisamente esa presión social la que en este caso jugó
el papel de sobremotivador alejando al niño de hacer bien lo que tenía
que hacer, aunque esto fuese tan cotidiano para él como tartamudear.
Hace ya mucho tiempo que hablamos en este blog del maravilloso descubrimiento que Mihaly Csikszentmihalyi hizo en su día cuando le habló al mundo del “Flow”.
Realmente creo que este concepto esconde la solución a muchos de los
problemas que tienen que ver con las personas y su situación
profesional. El control del binomio: retos/habilidades, es el secreto
del camino medio. El que lo encuentra disfruta de sus ventajas y una
placentera sensación de bienestar, el que se aparta del camino medio
comienza a dar bandazos en búsqueda de un equilibrio que cuanto más se
busca, más se aleja.
El
caso de la sobremotivación responde a un encarecimiento artificial del
reto. Este precio inflacionario deja sin valor a unas habilidades
suficientes pero que se han visto relegadas por el excesivo precio de
los incentivos.
La
búsqueda del equilibrio a la hora de fijar sistemas de incentivos
modernos debe tener en cuenta que las tareas cognitivas, cada día más
frecuentes en nuestro trabajo, cambian la idea de que cuanto más, mejor.
En la nueva ecuación de cálculo existen sentimientos, creencias,
expectativas,... que hacen que la búsqueda de una fórmula universal se
torne en misión imposible. Cada persona tiene una ecuación distinta.
Cuanto mayor sea el grado de personalización del cálculo, mejor será el
resultado. Las fórmulas universales buscan una media que molesta, sobre
todo, a los que están por encima de ella. Al mismo tiempo, funciona como
un sobremotivador para todas las personas que se encuentran por debajo
de la media.
La
generalidad se agota, cada día tenemos que aproximarnos más a la
persona, conocerla y ser conscientes de sus necesidades y expectativas.
Cuanto más cerca estemos de este punto, mayor será nuestra capacidad
para diseñar un entorno en el que la persona fluya en un proceso
constate de automotivación.
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