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lunes, 17 de octubre de 2011

Mío

“La teoría del cepillo de dientes”: todo el mundo necesita uno, pero nadie quiere usar el de otra persona. ¿Alguien duda de la veracidad de esta teoría?.¿Y qué pasa con las ideas?, ¿no ocurre algo parecido?. Al igual que con los cepillos de dientes, preferimos nuestras creencias a las del vecino. Es algo natural, para algo son nuestras ideas!!!. Este comportamiento irracional es algo universal y común.
 
Dan Ariely habla del efecto Ikea. ¿Habéis oído presumir a alguien de sus muebles más que los dueños de un mueble Ikea?. Que gran estrategia la de esta multinacional, ha sabido entender dónde reside uno de los motivadores esenciales de la persona. El orgullo de hacer algo, el orgullo de construir con nuestras propias manos, el orgullo de alcanzar el objetivo,... ahora algo del mueble es tuyo. Tu trabajo es la escultura que puedes ver y que te recuerda que tú lo has hecho.
Un trabajo al que encuentras sentido y que aporta. Esta es una de las patas de la esencia de la vocación. Cuando sientes que controlas el proceso, cuando ves de principio a fin, cuando lo que esperas lo sientes como si fuese tuyo, es entonces cuando se enciende la chispa, y nuestro motor comienza a funcionar sin consumir.
Como es nuestro y nos sentimos orgullos, es precisamente ese orgullo el que nos conduce a sobrevalorar nuestro trabajo. El fruto de nuestro esfuerzo sólo lo sentimos nosotros, su dureza nos recuerda que no hay nada que lo pague. Ese precio inflacionario es el que provoca la falsa ilusión de que lo nuestro es mejor que lo del vecino. En esta bolsa llena de nuestros puntos, hay unos que suman y otros que restan, lo que ocurre es que no sabemos diferenciarlos.
 
Nuestras ideas son como los muebles del Ikea: las hemos hecho nosotros y su esfuerzo fija un precio muy alto. Una burbuja que nubla nuestra vista y que define unos filtros, a través de los cuales vemos lo de fuera mucho menos valioso que lo nuestro. Nos cuesta mucho reconocer la grandeza ajena ya que medimos en escalas diferentes, tantas como personas hay en el planeta. Esto dibuja un mercado enloquecido donde los precios cambian en milésimas de segundo, pero que tras nuestros ojos sólo tiene una dirección. Se fija  así un precio muy alto al reconocimiento, a la humildad y a la generosidad.
Los que dominan la virtud de ser humildes disfrutan de un mercado en el que los precios son justos, en los que mente nos deja ver la realidad y nos aparta de ideas preconcebidas.
 
Esta muy bien sentir orgullo por lo que uno hace, debería ser un derecho. Pero esto no nos da derecho a despreciar lo ajeno, porque lo ajeno también cuesta mucho esfuerzo, porque tirar por tierra ideas de otros, simplemente por el hecho de no ser mías, nos convierten en seres egoístas. 
Los extremos nunca fueron buenos. La otra cara de la moneda, donde se carece de orgullo por lo que uno hace, nos convierte en alguien que no somos nosotros mismos. Si no valoramos lo que hacemos como es debido, nos convertimos en un desconocido. Cualquier otra persona excepto tú.
Como siempre, la respuesta reside en el carril del medio. El equilibrio entre extremos es el resultado del precio justo. Un tira y afloja que deja las cosas en su sitio, donde deben estar. Valorar y ser valorados, esa es la verdadera humildad.
 
... pero por lo de ahora voy a seguir viajando con mi cepillo de dientes

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