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martes, 6 de septiembre de 2011

Adaptarse o morir

¿Qué le sucede a la rana que cuando la metes en una cazuela con agua fría y comienzas a calentarla es incapaz de saltar fuera antes de morir hervida?. Todos sabemos lo que ocurre, la progresiva subida de temperatura del agua impide a la rana darse cuenta de que realmente corre peligro, y esto se debe a que su cuerpo se adapta en la misma progresión a la nueva temperatura del agua. La verdad es que nunca he hecho este cruel experimento, pero realmente pone de relieve algo que nos asemeja mucho a las ranas, se trata de nuestra capacidad para adaptarnos. 
 
Físicamente nuestro cuerpo es una máquina perfecta de adaptación. Nuestros oídos se adaptan al volumen, nuestro olfato a todo tipo de olores, nuestros ojos al nivel de luz, nuestro gusto a sabores fuertes,... en casos más extremos, podemos llegar a convivir con el dolor como parte del día a día, personas con amputaciones que son capaces de vivir con absoluta normalidad e innumerables ejemplos que el maravilloso ser humano nos muestra cada día. Son innumerables las ventajas que nos ofrece nuestra capacidad de adaptación, pero como todo en la vida, esta capacidad de adaptación puede suponer una debilidad para nuestra percepción. El hedonismo es la viva expresión de esa debilidad. Una búsqueda interminable del placer por el placer que nos conduce a una insatisfacción constante. Igual que nos acostumbramos a lo malo, también tenemos la “mala” costumbre de acostumbrarnos a lo bueno, lo que ocurre, es que en esta dirección, a diferencia de la contraria, el recorrido es mucho más largo y el paisaje bastante más banal.
 
Vivimos fechas de revisiones salariales, en el mejor de los casos subidas, en casos no tan malos congelaciones y en la peor de sus expresiones están las reducciones de salario (por no mencionar aquellas personas que pierden su empleo). Nuestros salarios son un gran ejemplo de cómo funciona nuestra capacidad de adaptación ante las expectativas... y os anticipo que el sistema de funcionamiento no es diferente al de nuestro cuerpo, básicamente porque todos los datos van al mismo sitio: nuestro cerebro.
En el tema salarial, Andrew Clark ha realizado una serie de estudios sobre el nivel de satisfacción de los trabajadores británicos y ha comprobado que dicha satisfacción tiene una fuerte correlación con el nivel de incremento, más que con el salario en sí mismo. Es decir, que un trabajador que gana 100 puede estar mucho más satisfecho que uno que gana 1000 (suponiendo que un salario de 100 cubra las necesidades básicas de la persona). La diferencia radica básicamente en el incremento salarial, si al de 100 le suben un 10% y al de 1000 un 1%, a pesar de que cuantitativamente el incremento es el mismo, la satisfacción general del trabajador con menor salario será mucho mayor. 
Del estudio se desprenden conclusiones muy interesantes y un campo de trabajo sobre el que se puede innovar y reorientar las políticas salariales y los procesos de comunicación asociados.
 
Puede parecer frívolo hacer este tipo de comparaciones, ¿cómo vamos a comparar 100 con 1000?. Parece evidente que el de 1000 siempre estará más satisfecho que el de 100. Pues siento comentaros que en la última década hay toda una batería de estudios que demuestran que a pesar de los pesares, nuestros niveles de satisfacción con la vida tienen una tendencia natural a dirigirse a su nivel habitual. Ni tener mucho nos hace más felices, ni tener poco más desdichados. 
Solemos ser poco hábiles a la hora de predecir nuestro grado de adaptación hedonista a los regalos, buenos y malos, que nos hace la vida. Y básicamente nos solemos equivocar porque no tenemos en cuenta que la vida sigue su curso y que el paso de los días nos trae cientos de acontecimientos que hacen que ese cálculo inicial pierda su sentido desde el primer segundo.
 
Esta entrada no es una invitación al abuso, más bien se trata de evitar lo que le pasa a la rana. Ser conscientes de cuando el agua se calienta o se enfría nos ayudará a mejorar la calidad de nuestra toma de decisiones, y por ende de nuestra vida.

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