¿Qué
le sucede a la rana que cuando la metes en una cazuela con agua fría y
comienzas a calentarla es incapaz de saltar fuera antes de morir
hervida?. Todos sabemos lo que ocurre, la progresiva subida de
temperatura del agua impide a la rana darse cuenta de que realmente
corre peligro, y esto se debe a que su cuerpo se adapta en la misma
progresión a la nueva temperatura del agua. La verdad es que nunca he
hecho este cruel experimento, pero realmente pone de relieve algo que
nos asemeja mucho a las ranas, se trata de nuestra capacidad para
adaptarnos.
Físicamente
nuestro cuerpo es una máquina perfecta de adaptación. Nuestros oídos se
adaptan al volumen, nuestro olfato a todo tipo de olores, nuestros ojos
al nivel de luz, nuestro gusto a sabores fuertes,... en casos más
extremos, podemos llegar a convivir con el dolor como parte del día a
día, personas con amputaciones que son capaces de vivir con absoluta
normalidad e innumerables ejemplos que el maravilloso ser humano nos
muestra cada día. Son innumerables las ventajas que nos ofrece nuestra
capacidad de adaptación, pero como todo en la vida, esta capacidad de
adaptación puede suponer una debilidad para nuestra percepción. El hedonismo
es la viva expresión de esa debilidad. Una búsqueda interminable del
placer por el placer que nos conduce a una insatisfacción constante.
Igual que nos acostumbramos a lo malo, también tenemos la “mala”
costumbre de acostumbrarnos a lo bueno, lo que ocurre, es que en esta
dirección, a diferencia de la contraria, el recorrido es mucho más largo
y el paisaje bastante más banal.
Vivimos
fechas de revisiones salariales, en el mejor de los casos subidas, en
casos no tan malos congelaciones y en la peor de sus expresiones están
las reducciones de salario (por no mencionar aquellas personas que
pierden su empleo). Nuestros salarios son un gran ejemplo de cómo
funciona nuestra capacidad de adaptación ante las expectativas... y os
anticipo que el sistema de funcionamiento no es diferente al de nuestro
cuerpo, básicamente porque todos los datos van al mismo sitio: nuestro
cerebro.
En el tema salarial, Andrew Clark
ha realizado una serie de estudios sobre el nivel de satisfacción de
los trabajadores británicos y ha comprobado que dicha satisfacción tiene
una fuerte correlación con el nivel de incremento, más que con el
salario en sí mismo. Es decir, que un trabajador que gana 100 puede
estar mucho más satisfecho que uno que gana 1000 (suponiendo que un
salario de 100 cubra las necesidades básicas de la persona). La
diferencia radica básicamente en el incremento salarial, si al de 100 le
suben un 10% y al de 1000 un 1%, a pesar de que cuantitativamente el
incremento es el mismo, la satisfacción general del trabajador con menor
salario será mucho mayor.
Del
estudio se desprenden conclusiones muy interesantes y un campo de
trabajo sobre el que se puede innovar y reorientar las políticas
salariales y los procesos de comunicación asociados.
Puede
parecer frívolo hacer este tipo de comparaciones, ¿cómo vamos a
comparar 100 con 1000?. Parece evidente que el de 1000 siempre estará
más satisfecho que el de 100. Pues siento comentaros que en la última
década hay toda una batería de estudios que demuestran que a pesar de
los pesares, nuestros niveles de satisfacción con la vida tienen una
tendencia natural a dirigirse a su nivel habitual. Ni tener mucho nos
hace más felices, ni tener poco más desdichados.
Solemos
ser poco hábiles a la hora de predecir nuestro grado de adaptación
hedonista a los regalos, buenos y malos, que nos hace la vida. Y
básicamente nos solemos equivocar porque no tenemos en cuenta que la
vida sigue su curso y que el paso de los días nos trae cientos de
acontecimientos que hacen que ese cálculo inicial pierda su sentido
desde el primer segundo.
Esta
entrada no es una invitación al abuso, más bien se trata de evitar lo
que le pasa a la rana. Ser conscientes de cuando el agua se calienta o
se enfría nos ayudará a mejorar la calidad de nuestra toma de
decisiones, y por ende de nuestra vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario