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miércoles, 15 de junio de 2011

La trampa de la vida

En los años 40 el psicólogo holandés Adrian de Groot realizó un importante estudio sobre los jugadores profesionales de ajedrez. A de Groot le fascinaba el ajedrez pero le frustraba no ser un auténtico maestro en el tema, por ello llevó a cabo una serie de estudios y experimentos que perseguían el objetivo de entender porqué los buenos jugadores eran tan buenos. En un primer experimento dispuso un tablero de ajedrez con 20 fichas colocadas para simular un partida cualquiera. Dicha foto era mostrada a jugadores amateurs y a jugadores profesionales a los que se le pedía que en un corto periodo de tiempo memorizasen la disposición de las fichas sobre el tablero. El resultado mostró que a los jugadores profesionales les resultaba mucho más sencillo recrear la posición de las piezas, de lo cual de Groot concluyó que su maestría se basaba en una mayor memoria fotográfica.
En un segundo experimento hizo algo parecido, pero esta vez las torres, alfiles, caballos y resto de la prole eran dispuestos en el tablero de una manera aleatoria. Ya no se recreaba un partida, simplemente se colocaban al azar. El objetivo era el mismo: memorizar la posición de las piezas en el tablero. Pero esta vez de Groot se encontró que los jugadores profesionales no tenían un mejor resultado que los amateurs. En este caso, su memoria fotográfica no parecía determinante.
El resultado de ambos experimentos ayudó a comprender dónde residía la maestría de los ajedrecistas profesionales, cuando se simula una jugada, los profesionales asocian la disposición de las fichas con jugadas ya conocidas por ellos, y en este terreno, los profesionales manejan un mayor número de registros que los jugadores amateurs. Pero la cosa cambia cuando la disposición de fichas no responde a ningún patrón conocido. De manera que la memoria fotográfica, que parecía el rasgo que diferenciaba a los buenos jugadores de los no tan buenos, no resultaba el factor determinante. Lo que realmente marcaba la diferencia es lo que se conoce como “fragmentación”. No era una cuestión de memoria, sino de percepción.
 
Cuando los jugadores profesionales observan el tablero de juego no ven piezas, ven jugadas, y esa es realmente la diferencia. Su experiencia les permite asociar las posiciones de las fichas con determinadas jugadas y por lo tanto con estrategias ad hoc. 
Esta fragmentación de la información es una característica básica de la cognición humana. El cerebro sólo es capaz de asumir 7 bits de información en un momento determinado, y la manera de escapar de esta trampa cognitiva es a través de la fragmentación. Los procesos de compresión de la información funcionan de una manera similar. El mp3 permite comprimir música ocultando información que no es relevante para nuestro oído, simplemente nos ofrece aquello que nos permite disfrutar lo que escuchamos.
Nuestro cerebro realiza operaciones de asociación constantes de manera que puede prescindir de información “no relevante”. Simplemente busca aquello que puede identificar y que responde a algún patrón conocido.
 
Los experimentos de de Groot nos revelan el coste que todo ello supone. Estamos cansados de escuchar que la experiencia es un grado, y realmente lo es. Pero tenemos que ser conscientes de lo que ello supone. A medida que crecemos, realizamos procesos de fragmentación constantes para de esta forma reconocer nuestro entorno de una manera más rápida y automática.
Etiquetamos nuestro entorno, la experiencia le pone nombre a todo, tal y como hacen los jugadores de ajedrez con la distribución de las piezas sobre un tablero. Y realmente estas etiquetas pueden tener un coste demasiado alto en nuestros procesos de desarrollo. Cuando etiquetamos personas, por ejemplo, asumimos que son de determinada manera porque hemos visto que se repiten ciertos patrones que nos llevan a concluir eso. Ese es el leit motif de los motes. ¿Y qué ocurre cuando etiquetamos?, pues lo que ocurre es que dificultamos el derecho que tienen las personas a cambiar. O peor aún, influimos tan poderosamente sobre su percepción que les acabamos haciendo creer que realmente son así.
 
Tenemos que saber que la fragmentación está muy bien para leer libros o para escuchar música, pero que cuando se trata de los demás, puede que los patrones nos llevan a limitar a las personas, a hacerles vivir una realidad que ni ellos ven. Las ideas preconcebidas son muy peligrosas y realmente suponen un freno para nosotros mismos ya que nos impiden descubrir e investigar, algo fundamental y apasionante. A veces, las cosas no son lo que parecen.

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