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jueves, 28 de enero de 2010

los puntos ciegos del autoconocimiento

En alguna entrada anterior ya hablaba de las metacompetencias. El autoconocimiento y la capacidad de colaborar se presentan como aquellas competencias que nos permiten mejorar y adquirir otras competencias.

La semana pasado hablando con unos amigos comentábamos cómo los actos de algunas personas dejan en evidencia la ausencia de una de estas metacompetencias: el autoconocimiento. Aquellas personas que tratan a los demás con desprecio; aquellos compañeros que lo único que hacen es dificultar el trabajo de los otros; los responsables que no ven más allá de su ego; el que considera el trabajo de los otros inferior al de uno mismo; aquellos que carecen de la humildad suficiente para, a pesar de su saber hacer, ver en lo que hacen los demás puntos de vista interesantes a tener en cuenta. Hablábamos de ello y venía a mi mente el tema del autoconocimiento, ¿hasta qué punto este tipo de personas se conocen a sí mismas?, ¿carecen de una metacompetencia tan importante como el autoconocimiento?.

Todo esto me recuerda a aquellas personas que se ven guapas cuando no lo son, a aquellos que se ven flacos cuando son obesos, aquellos que se ven altos siendo bajos, ... algo que es evidente para todo el mundo excepto para uno mismo.






La ventana de Johari nos puede ayudar a entender este fenómeno. Todo lo expuesto anteriormente es lo que este modelo define como los puntos ciegos. Ese lugar del que todo el mundo es consciente menos uno mismo. Todos tenemos, en mayor o menor medida, puntos ciegos. Pensemos en cuando escuchamos nuestra voz o nos vemos grabados en vídeo. Cuando esto sucede, la mayor parte de la gente no le gusta lo que escucha o ve. Se siente incómodo con esa situación. ¿Por qué?. Idealizamos nuestra voz o nuestra imagen, nos acostumbramos a ellas y muchas veces dejamos de pensar qué opinan los demás sobre las mismas, es más, acabamos creyendo que la escuchan y ven igual que lo hacemos nosotros.


Esto sólo es un ejemplo para que podamos llegar a imaginar cómo son percibidos nuestros actos. Cuando interactuamos con otras personas lo hacemos de la misma manera que en el ejemplo anterior: olvidando qué es lo que perciben los demás. Ahora bien, si te paras a pensarlo, si analizas en saber cuál es el efecto de tus actos, si le dedicas un porcentaje de tu tiempo a autoconocerte, seguramente los resultados cambien. Cuando alcanzas ese grado de consciencia es más probable que pierdas la incomodidad de los puntos ciegos.


Minimizar los puntos ciegos es algo realmente molesto, pero posible. Volvamos al ejemplo de la voz grabada. Si todos los días escuchamos nuestra voz grabada, iremos corrigiendo lo que menos nos gusta y puliendo aquellos aspectos mejorables, hasta alcanzar el resultado deseado. Lo mismo ocurre con nuestros actos. Si somos capaces de verlos desde fuera, si dedicamos tiempo y esfuerzo a alcanzar esa perspectiva, al igual que con la voz, iremos puliendo y buscando aquel punto que se adapte a nuestros principios y valores.


Puede ocurrir que alguien se autoconozca y aún así decida seguir actuando de una manera irresponsable. En estos casos lo mejor es volver a empezar desde la guardería.

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