hace ya unas semanas charlaba con un compañero de trabajo que estaba disfrutando unos días de licencia por su baja de paternidad. Me comentaba el sinfín de tareas que requiere tener un niño. Su día a día transcurría entre el supermercado, para comprar pañales, y la farmacia, para aprovisionarse de todo lo necesario para el niño. Pero lo que más me llamó la atención de esta conversación fue la descripción que me hizo de ese tiempo. Me comentaba que durante estas salidas había comprobado el ritmo al que se movía la calle durante un día normal de trabajo. Unos días en los que por desgracia las cifras de paro siguen aumentando. Me hablaba de la tristeza que se percibía en la calle, pero sobre todo me habló de una sensación que había tenido. Por un momento se paró a pensar en como se sentía fuera del ritmo habitual de trabajo y pensó en como sería la vida si no lo tuviese. Lo describía como algo bastante desolador y sobre todo como una sensación de impotencia importante. Se sintió aburrido, con la impresión de que no pertenecía a aquel lugar, que aquel no era el ritmo que quería. Me comentaba lo difícil que tienen que resultar las cosas para aquellas personas que viven situaciones de este tipo.
Esta conversación me hizo ser consciente de como lo macro ha ido dando cada vez más protagonismo a lo micro. Lo que antes eran grandes cifras y grandes escándalos, ha pasado a tomar una forma mucho más doméstica, y ahora son los dramas personales los que cada día son portada de los medios de comunicación. Ahora los protagonistas son los ciudadanos de a pie. Este mundo de sensaciones descritas por mi compañero es parte de ese mundo micro en el que ya poco importa lo macro.
Esta situación resulta muy dura, y lo peor es que dicha situación es un nido de pesimismo que poco ayuda a hacer que las cosas cambien. Se necesitan medidas macros para poder solucionar esto. Sin duda lo macro es la antesala de lo micro, pero lo que está claro es que lo micro sólo se puede solucionar con lo macro.
En este año de aniversario del genial científico inglés, Charles Darwin, su teoría de la evolución de las especies cobra especial sentido para tratar de buscar una solución a esto. La teoría de la evolución de Darwin no es más que un proceso mediante el cual se explica cómo las especies evolucionan en el tiempo. Este proceso es lento, y es por ello que los cambios requieren de largos periodos para que se produzcan. Dichos cambios se producen para que las especies se vayan adaptando a su entorno y así puedan sobrevivir. Las especies que no lo consiguen perecen y desaparecen. Esta teoría no es más que una lección de estrategia.
Darwin tenía la respuesta: es momento de adaptarse o "morir". Nuestro entorno obliga a que las cosas cambien. Lo que hasta ahora había sido útil para que los mercados de trabajo “sobreviviesen”, ya ha caducado. El entorno exige una evolución, de lo contrario, tal y como decía Darwin, esto tiene muy mala pinta.
En los últimos años hemos ido dando bandazos. Para poner un ejemplo de esto os recomiendo un genial artículo del Expansión que ya apareció publicado hace unos días. Se hace mención a modas como la de la conciliación. Modas, que como tales, dan paso a otras. Y esta primavera está muy de moda el ERE.
Hasta ahora hemos vivido con un traje viejo al que únicamente le hemos ido poniendo remiendos y florituras varias, dejando a un lado los grandes agujeros que tiene. De nada sirve adornar lo que ya no sirve porque lo único que conseguimos es perder tiempo y dinero. Un dinero que hace mucha falta ...
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