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miércoles, 23 de noviembre de 2011

contrafreeloading

De un tiempo a esta parte una gran cantidad de empresas se han dado cuenta de una característica de nuestro subconsciente a la que le sacan un gran partido y una mayor rentabilidad. Se trata de esa tendencia que tenemos a sobrevalorar nuestro trabajo. 
Cada vez es más común que nos dejen customizar nuestras zapatillas de deporte, nuestro coche, la ropa, los productos electrónicos, nuestras vacaciones, nuestros productos financieros,... y en esa customización reside el secreto. Se trata de la regla del 70/30, un 70% es producto elaborado, el 30% restante corre de nuestra cuenta. Y es ese 30% el que le otorga al producto un plus que incrementa su valor por encima de su valor de mercado. Ese plus es lo que vale nuestro trabajo. De qué manera se podría explicar sino el que los clientes de los bancos hagan sus transferencias desde internet ahorrando el trabajo al propio banco y aún así estén dispuestos a pagar por ello, o como muchas marcas te ceden una parte del diseño de sus productos en las que el cliente asume un sobrecoste por ello. 
 
Los animales presentan un comportamiento ciertamente curioso en lo que se refiere a las recompensas, y que nos puede ayudar a entender lo anteriormente descrito. No sé si habéis tenido la oportunidad de visitar un parque de adiestramiento de loros, estos simpáticos animales muestran una tendencia a despreciar toda aquella recompensa que no sea fruto de un esfuerzo previo. Da igual que tengan una plato repleto de sus alimentos favoritos al alcance de sus “manos”, ellos muestran una preferencia innata a ganárselos fruto de su esfuerzo. El psicólogo Glen Jensen acuñó este comportamiento como contrafreeloading, que describe la preferencia de ciertos animales a ganarse la comida frente a simplemente disponer de la misma sin tener que realizar esfuerzo alguno.
 
Resulta curioso los paralelismos que existen entre la customización y el contrafreeloading:
- El esfuerzo que ponemos en algo no cambia el objeto, simplemente cambia la valoración que nosotros hacemos del mismo.
- Cuanto mayor es la cantidad de trabajo, mayor es el amor por el mismo.
 
La creencia popular muestra un panorama bien distinto. El esfuerzo saca a la persona de su espacio de confort conduciéndolo por el camino de la frustración y el estrés. Según dichas creencias, si el ser humano quisiera maximizar su bienestar tendría que evitar cualquier tipo de trabajo y buscar un estado continuo de relajación... esto me recuerda a la imagen que nos presentan constantemente de una vacaciones ideales: palmeras, playa, tumbona, mojitos y poco más.
Sin embargo hay algo en nuestro interior que niega esta creencia, sin ir más lejos pienso en nuestras aficiones. A todo el mundo le gusta hacer algo, y ese algo generalmente suele suponer esfuerzos y sacrificios que hacen que la tarea sea interesante en sí misma. Por ella estamos dispuestos a sacrificar tiempo, esfuerzo y recursos. Una característica de este tipo de actividades es que perduran en el largo plazo y la rentabilidad de las mismas no se mide por los resultados inmediatos, es el camino lo que nos hace disfrutar, y no el resultado.
 
Llama la atención lo bien que han sabido entender esta característica humana determinadas marcas, pero lo que es realmente curioso es lo poco claro que lo tenemos nosotros. Nos hemos instalado en la demonización del esfuerzo, en la creencia de que cuanto más fácil mejor, y eso nos incapacita para crecer y buscar el verdadero disfrute que supone conseguir las cosas fruto del esfuerzo y el trabajo. Este camino mina nuestra capacidad para perseverar y nos instala cómodamente en nuestros sillones, donde el confort de nuestras vidas nos impide entender el verdadero valor del trabajo. 
Los loros lo tienen claro, ¿es que vamos a ser nosotros menos?.

jueves, 3 de noviembre de 2011

El camino de tu vida

Sorprende ver como los animales al nacer son capaces de levantarse y comenzar a interactuar con su entorno en periodos de tiempo mucho más cortos de los que un ser humano comienza a andar o a valerse por sí mismo. Nosotros llegamos a este mundo más desprovistos de recursos que los animales, pero es precisamente esta circunstancia la que fija una gran diferencia entre ambos. Una gacela no se puede permitir el lujo de no caminar en cuanto nace porque ello sería sinónimo de muerte segura. Un bebé tiene el amparo y protección de sus padres, y puede vivir durante varios años sin ser capaz de defenderse de una manera autónoma sin que ello signifique peligro alguno para su integridad física.
En el caso de los animales, su disco duro arranca con una cierta cantidad de información que los propios instintos definen y que garantizan mayores probabilidades de supervivencia en entornos hostiles y cambiantes. De esta manera, los procesos de aprendizaje siguen un guión que se repite generación tras generación y que no deja lugar a la imaginación. Los instintos mandan.
 
El ser humano parte de una situación totalmente diferente. Nuestro disco duro viene prácticamente vacío. Nacemos sin un guión claramente preestablecido, esta tarea se delega a cada individuo. Y es precisamente esa circunstancia la que hace que nuestros procesos de aprendizaje sean mucho más flexibles que los del resto de seres vivos, disfrutando de un amplio abanico de posibilidades, buenas y malas, que a la postre serán claves en la definición de la esencia de las personas. 
Bajo este cúmulo de circunstancias, el ambiente en el que aprenda la persona es fundamental ya que de nuestra relación con el medio surgirán comportamientos saludables o malsanos. La flexibilidad y el amplio rango de posibilidades de la que hablábamos antes, convierte a la persona en un ser indefenso a expensas de lo que le rodea. Si tiene la suerte de crecer en un lugar adecuado, con una educación y valores apropiados, es muy probable que esa persona viva una vida equilibrada. Un ambiente inapropiado convierte a la persona en un océano de emociones donde sube y baja la marea al ritmo que marca el entorno.
Por lo tanto, se podría decir que el proceso de maduración humana es el resultado de la interacción de nuestra herencia genética con un “yo” que se ha ido formando y definiendo como consecuencia de su contacto con diferentes ambientes.
Soy de los que cree en procesos de maduración continua. No creo que una persona pueda considerar que ya está “hecha” en un determinado momento de su vida. Las personas se definen desde el momento en el que nacen hasta el día en el que mueren, es por ello que todo cuenta en nuestro proceso de maduración. A lo largo de nuestra vida los ambientes cambian constantemente, pero hay uno de ellos que cada vez dura más tiempo y que juega un papel importantísimo en nuestras vidas. Se trata de nuestros trabajos, quizás sea este entorno el más prolongado en nuestras vidas, y quizás por ello sea uno de los que más influye en nuestra construcción como seres humanos.
Vivimos tiempos de paro y crisis, y cada vez la cosa deja menos margen para escoger buenos lugares donde trabajar, además, resulta que todo el mundo quiere trabajar en ellos... ¿por qué será?.
 
Nuestra familia nos viene dada, no podemos elegirla, la lotería de la vida nos otorga unos padres que jugarán un papel fundamental en nuestro proceso de desarrollo. En el caso del trabajo, sí que tenemos la posibilidad de elegir. A pesar de que las cosas no son fáciles, nosotros tenemos la llave que abre las puertas que tenemos delante. 
Por otro parte, las empresas que sean capaces de generar ambientes apetecibles, ambientes de equilibrio y desarrollo, donde las personas puedan ser ellas mismas y donde crecer sea parte del paisaje, tendrán la clave para atraer a lo mejores y más equilibrados profesionales.

lunes, 17 de octubre de 2011

Mío

“La teoría del cepillo de dientes”: todo el mundo necesita uno, pero nadie quiere usar el de otra persona. ¿Alguien duda de la veracidad de esta teoría?.¿Y qué pasa con las ideas?, ¿no ocurre algo parecido?. Al igual que con los cepillos de dientes, preferimos nuestras creencias a las del vecino. Es algo natural, para algo son nuestras ideas!!!. Este comportamiento irracional es algo universal y común.
 
Dan Ariely habla del efecto Ikea. ¿Habéis oído presumir a alguien de sus muebles más que los dueños de un mueble Ikea?. Que gran estrategia la de esta multinacional, ha sabido entender dónde reside uno de los motivadores esenciales de la persona. El orgullo de hacer algo, el orgullo de construir con nuestras propias manos, el orgullo de alcanzar el objetivo,... ahora algo del mueble es tuyo. Tu trabajo es la escultura que puedes ver y que te recuerda que tú lo has hecho.
Un trabajo al que encuentras sentido y que aporta. Esta es una de las patas de la esencia de la vocación. Cuando sientes que controlas el proceso, cuando ves de principio a fin, cuando lo que esperas lo sientes como si fuese tuyo, es entonces cuando se enciende la chispa, y nuestro motor comienza a funcionar sin consumir.
Como es nuestro y nos sentimos orgullos, es precisamente ese orgullo el que nos conduce a sobrevalorar nuestro trabajo. El fruto de nuestro esfuerzo sólo lo sentimos nosotros, su dureza nos recuerda que no hay nada que lo pague. Ese precio inflacionario es el que provoca la falsa ilusión de que lo nuestro es mejor que lo del vecino. En esta bolsa llena de nuestros puntos, hay unos que suman y otros que restan, lo que ocurre es que no sabemos diferenciarlos.
 
Nuestras ideas son como los muebles del Ikea: las hemos hecho nosotros y su esfuerzo fija un precio muy alto. Una burbuja que nubla nuestra vista y que define unos filtros, a través de los cuales vemos lo de fuera mucho menos valioso que lo nuestro. Nos cuesta mucho reconocer la grandeza ajena ya que medimos en escalas diferentes, tantas como personas hay en el planeta. Esto dibuja un mercado enloquecido donde los precios cambian en milésimas de segundo, pero que tras nuestros ojos sólo tiene una dirección. Se fija  así un precio muy alto al reconocimiento, a la humildad y a la generosidad.
Los que dominan la virtud de ser humildes disfrutan de un mercado en el que los precios son justos, en los que mente nos deja ver la realidad y nos aparta de ideas preconcebidas.
 
Esta muy bien sentir orgullo por lo que uno hace, debería ser un derecho. Pero esto no nos da derecho a despreciar lo ajeno, porque lo ajeno también cuesta mucho esfuerzo, porque tirar por tierra ideas de otros, simplemente por el hecho de no ser mías, nos convierten en seres egoístas. 
Los extremos nunca fueron buenos. La otra cara de la moneda, donde se carece de orgullo por lo que uno hace, nos convierte en alguien que no somos nosotros mismos. Si no valoramos lo que hacemos como es debido, nos convertimos en un desconocido. Cualquier otra persona excepto tú.
Como siempre, la respuesta reside en el carril del medio. El equilibrio entre extremos es el resultado del precio justo. Un tira y afloja que deja las cosas en su sitio, donde deben estar. Valorar y ser valorados, esa es la verdadera humildad.
 
... pero por lo de ahora voy a seguir viajando con mi cepillo de dientes

jueves, 6 de octubre de 2011

Los métodos

Acabo de leer uno de esos libros que te elevan el espíritu. Se trata de Marva Collins´ Way (sólo existe en inglés), la inspiradora historia de una ferviente creyente en el ser humano y sus capacidades. Marva es bien conocida por sus resultados en el mundo de la educación, estos se podrían resumir en la construcción de personas descartadas por el sistema educativo norteamericano, en estudiantes brillantes conscientes de sus posibilidades y potencial. El libro es una biografía que resume su camino hasta convertirse en una referencia a nivel mundial en sus métodos de enseñanza.
El principio básico de Marva Collins es el amor por los niños. Creer en ellos lejos de etiquetas, diagnósticos previos, comportamientos pasados,... A lo largo del libro relata cómo en múltiples ocasiones los niños son repudiados por el sistema al ser tachados como hiperactivos, sufrir todo tipo de desórdenes psicológicos,... este hecho construye reputaciones que se heredan de centro en centro haciendo que los chavales nunca puedan llegar a adquirir las capacidades básicas de su edad. El sistema los convierte en “no válidos”. 
Los métodos de Marva obvian esta información y trabajan desde el punto en el que se encuentra el niño, generalmente, y debido a su historial, niños conflictivos con graves problemas intelectuales y sociales. La historia de su hazaña consiste en cambiar esta creencia, en descartar ideas preconcebidas, en la mayoría de los casos de manera errónea, y demostrar que a través del amor, por los niños y por su profesión, se pueden conseguir resultados realmente espectaculares.
 
Su historia sigue una serie de pasos que considero fundamentales en la construcción de las personas, y ya no sólo hablo de los niños, estos principios son totalmente necesarios en empresas y todo tipo de instituciones. La palabra que mejor resume su trabajo es la confianza, la confianza en varias versiones, primero la confianza del profesor hacia el alumno, creer en sus posibilidades y capacidades, pero también la confianza del niño en sí mismo. Generalmente, estos niños carecen de la misma debido a los diferentes palos que han ido sufriendo en su corta vida. Construir el amor por uno mismo y la autoconfianza en sus posibilidades convierte a un niño indefenso en un ciudadano del mundo.
El error es otro bloque fundamental en los principios de Marva, niños acostumbrados a ser castigados cada vez que cometen un error los convierte en seres encerrados en ellos mismos que les impiden salir y experimentar en un mundo lleno de fallos e imperfecciones. El error no se corrige el día del examen, el error es una oportunidad para saber qué es lo que no entiendes y aprovechar ese momento para trabajarlo. Retrasar esa oportunidad convierte esa ventaja en una ineficiencia del sistema.
Como visionaria, ya en los años 70 Marva Collins creía en el modelo 3.0 basado en la individualización,  trabaja en clases con niños de diferentes edades y niveles formativos, y tiene claro desde el minuto uno que cada uno de ellos tiene que hacer tareas diferentes, leer libros diferentes y ser evaluado de manera diferente. Estandarizar anula la grandeza del individuo convirtiéndolo en un número que oculta su potencial e intereses.
Las materias no son islas. Cuando aprenden a leer, aprenden historia, la historia les lleva a la geografía que a su vez les permite entender las matemáticas. Todo está relacionado, nada existe en un mundo único. Un mundo donde no se evita las grandes realidades del ser humano: la venganza, los celos, el asesinato,... realidades sociales que no se ocultan, todo lo contrario, se utiliza a Shakespeare, Aristóteles, Nietzsche,... y muchos otros para entender y debatir el porqué de lo que sucede en el mundo. Creer que un niño no va a entender estas lecturas es otra forma de limitar su aprendizaje. Lo que Marva consigue es hacerles entender el trasfondo de las historias, sus mensajes y las lecciones que de ellas se desprenden.
 
Las ideas que se obtienen de la lectura de este libro son innumerables. Debería ser una lectura obligatoria para todos los profesores de nuestro sistema educativo, pero también para padres y managers que tengan personas bajo su responsabilidad. Todos ellos tienen el deber de ayudar a la persona a descubrir sus grandezas, a multiplicar sus capacidades y a encontrar su lugar en este mundo. Sé que no es tarea fácil, pero con pensar que es difícil nos quedamos donde estamos.

martes, 20 de septiembre de 2011

La fiesta de la vida

Imagínate que te invitan a una fiesta. Cuando llegas, tu anfitrión escribe un número en tu frente. En ese momento accedes a una sala donde te encuentras un gran grupo de hombres y mujeres, cada uno de ellos llevan escrito en la frente un número entre el 1 y el 10. Descubres que no hay espejos en toda la casa y que por lo tanto te resulta imposible saber cuál es tu número. El sistema de valoración hace referencia a tus atributos físicos, es decir, el anfitrión valora de 1 a 10 tu apariencia física y te asigna una puntuación.
Una vez dentro, como es natural, tratas de establecer contacto con las personas que llevan el 10, te acercas pero compruebas que ellos/as no te hacen caso. Reconsiderando tus opciones pasas a fijarte en los nueves y te sucede más de lo mismo, entonces comienzas con los ochos hasta que alguien con un 4 se acerca y te invita a beber algo.
 
Hay una fábula conocida como “el zorro y las uvas” en la que un zorro, mientras paseaba por el bosque,  encuentra un racimo de apetecibles uvas colgando de una rama. El zorro, sediento, decide tomar carrerilla para saltar y hacerse con las uvas. Tras varios intentos, el zorro es incapaz de alcanzarlas y decide abandonar su misión. En ese momento se dice a sí mismo: “seguramente estén agrias”. Esta fábula nos muestra lo sencillo que resulta despreciar todo aquello que no está a nuestro alcance.
 
Algo similar sucede en la fiesta a la que nos han invitado. Tenemos una tendencia natural a sobrevalorar nuestros atributos, pero la realidad es que dicha valoración siempre está sometida a consideraciones que están lejos de nuestro alcance. Lo normal es que busques dieces porque tú mismo no te puedes ni imaginar que valgas menos de un 10. Pero el entorno te demuestra que esa valoración no concuerda con la realidad, y en un proceso natural de adecuación buscas tu rango, la escala a la que perteneces. A medida que la fiesta discurre, comienzas a comprobar que el 10 llama al 10, que el 7 llama al 7 y que este proceso sucede de un modo totalmente natural.
Al igual que en la fábula del zorro y las uvas, surge en nosotros una predisposición hacia el desdén por todo aquello que no podemos tener y que está lejos de nuestro alcance. Es entonces cuando ponemos en funcionamiento nuestras armas y de una manera subconsciente nuestra cabeza es capaz de cambiar la forma de observar el mundo que nos rodea. En vez de simplemente aceptar aquello que está lejos de nuestro alcance, nuestro arsenal psicológico convierte nuestra realidad en algo totalmente aceptable. No nos vamos a hundir porque un 10 no nos quiera, en vez de ello utilizaremos nuestros recursos para pensar que quizás esas uvas estén demasiado ácidas para nosotros.
 
¿Cómo funcionan estos trucos “caseros” para conseguir suplantar la verdadera realidad por aquella que más nos conviene?. SImplemente consiste en cambiar la ponderación de nuestro sistema de prioridades. En nuestra fiesta, si comprobamos que nuestra puntuación es un 4, el aspecto físico pasará a un segundo plano y comenzaremos a valorar otros aspectos como la simpatía, el nivel cultural, la calidad de la conversación, las aficiones,... Por contra, el grupo de personas con un 10 no despreciarán estos valores, pero priorizarán el aspecto físico por encima de muchos de los factores antes mencionados. Simplemente reconsiderando el ranking de atributos somos capaces de modificar nuestra visión del mundo. Y esto no significa que el 4 no sea capaz de apreciar la belleza, lo que ocurre es que al verla lejos de su alcance la convertirá en un factor menos importante en su escala de prioridades.
 
Este proceso de valoración no sólo sucede en el ámbito de lo físico. El mundo profesional es otro entorno donde se produce. Pero hay una diferencia clara entre ambos, mientras que en el ámbito de lo físico poco podemos hacer para cambiar nuestro aspecto (poco creo en la cirugía y en el photoshop), en el mundo profesional esta nota tiene una mayor dependencia de nosotros mismos. En este caso, nosotros somos los dueños de nuestra puntuación y podemos hacer mucho para cambiarla. Pocas cosas más ridículas hay que creerse un 10 y ser un 4. ¿Te lo imaginas?, pulular por tu empresa creyéndote un fenómeno mientras que el resto ve el 4 grabado a fuego en tu frente.

martes, 6 de septiembre de 2011

Adaptarse o morir

¿Qué le sucede a la rana que cuando la metes en una cazuela con agua fría y comienzas a calentarla es incapaz de saltar fuera antes de morir hervida?. Todos sabemos lo que ocurre, la progresiva subida de temperatura del agua impide a la rana darse cuenta de que realmente corre peligro, y esto se debe a que su cuerpo se adapta en la misma progresión a la nueva temperatura del agua. La verdad es que nunca he hecho este cruel experimento, pero realmente pone de relieve algo que nos asemeja mucho a las ranas, se trata de nuestra capacidad para adaptarnos. 
 
Físicamente nuestro cuerpo es una máquina perfecta de adaptación. Nuestros oídos se adaptan al volumen, nuestro olfato a todo tipo de olores, nuestros ojos al nivel de luz, nuestro gusto a sabores fuertes,... en casos más extremos, podemos llegar a convivir con el dolor como parte del día a día, personas con amputaciones que son capaces de vivir con absoluta normalidad e innumerables ejemplos que el maravilloso ser humano nos muestra cada día. Son innumerables las ventajas que nos ofrece nuestra capacidad de adaptación, pero como todo en la vida, esta capacidad de adaptación puede suponer una debilidad para nuestra percepción. El hedonismo es la viva expresión de esa debilidad. Una búsqueda interminable del placer por el placer que nos conduce a una insatisfacción constante. Igual que nos acostumbramos a lo malo, también tenemos la “mala” costumbre de acostumbrarnos a lo bueno, lo que ocurre, es que en esta dirección, a diferencia de la contraria, el recorrido es mucho más largo y el paisaje bastante más banal.
 
Vivimos fechas de revisiones salariales, en el mejor de los casos subidas, en casos no tan malos congelaciones y en la peor de sus expresiones están las reducciones de salario (por no mencionar aquellas personas que pierden su empleo). Nuestros salarios son un gran ejemplo de cómo funciona nuestra capacidad de adaptación ante las expectativas... y os anticipo que el sistema de funcionamiento no es diferente al de nuestro cuerpo, básicamente porque todos los datos van al mismo sitio: nuestro cerebro.
En el tema salarial, Andrew Clark ha realizado una serie de estudios sobre el nivel de satisfacción de los trabajadores británicos y ha comprobado que dicha satisfacción tiene una fuerte correlación con el nivel de incremento, más que con el salario en sí mismo. Es decir, que un trabajador que gana 100 puede estar mucho más satisfecho que uno que gana 1000 (suponiendo que un salario de 100 cubra las necesidades básicas de la persona). La diferencia radica básicamente en el incremento salarial, si al de 100 le suben un 10% y al de 1000 un 1%, a pesar de que cuantitativamente el incremento es el mismo, la satisfacción general del trabajador con menor salario será mucho mayor. 
Del estudio se desprenden conclusiones muy interesantes y un campo de trabajo sobre el que se puede innovar y reorientar las políticas salariales y los procesos de comunicación asociados.
 
Puede parecer frívolo hacer este tipo de comparaciones, ¿cómo vamos a comparar 100 con 1000?. Parece evidente que el de 1000 siempre estará más satisfecho que el de 100. Pues siento comentaros que en la última década hay toda una batería de estudios que demuestran que a pesar de los pesares, nuestros niveles de satisfacción con la vida tienen una tendencia natural a dirigirse a su nivel habitual. Ni tener mucho nos hace más felices, ni tener poco más desdichados. 
Solemos ser poco hábiles a la hora de predecir nuestro grado de adaptación hedonista a los regalos, buenos y malos, que nos hace la vida. Y básicamente nos solemos equivocar porque no tenemos en cuenta que la vida sigue su curso y que el paso de los días nos trae cientos de acontecimientos que hacen que ese cálculo inicial pierda su sentido desde el primer segundo.
 
Esta entrada no es una invitación al abuso, más bien se trata de evitar lo que le pasa a la rana. Ser conscientes de cuando el agua se calienta o se enfría nos ayudará a mejorar la calidad de nuestra toma de decisiones, y por ende de nuestra vida.

miércoles, 10 de agosto de 2011

La procrastinación

Las tentaciones son un patrimonio de la humanidad, además, cada vez son mayores y más poderosas. Nos rodean, están por todas partes. Y parece que nuestros sentidos sólo le prestan atención a ellas... ¿por qué delante de una frutería no reaccionamos igual que delante de una pastelería?. La carne es débil, es algo que siempre se dice y que realmente es cierto. No conozco a nadie que no sucumba a algún tipo de tentación. Este debilidad también es conocida como la procrastinación, un deporte que todos practicamos en algún momento y en el que hay verdaderos profesionales. No sé si se podría llamar defecto, pero esa tendencia natural que tenemos de aplazar lo que no nos gusta para hacer primero algo que nos agrada más, a pesar de que esto sea mucho menos importante, es una cualidad común al ser humano.
 
Quién no sabe que fumar mata, o que hablar por el móvil en el coche es causa de accidentes, quién no reconoce los beneficios del ejercicio físico regular como el mejor antídoto contra la enfermedad. No creo que nadie tenga duda alguna sobre ello, pero ahora preguntaría: ¿cuánta gente conoces que fume?, ¿has hablado alguna vez por el móvil mientas conducías?, ¿practicas ejercicio de forma regular?, y si lo haces, ¿cuántas veces el sillón de tu casa te ha llamado a gritos para que no lo abandones por tus zapatillas de deporte?. Todos tenemos claro los beneficios de determinadas acciones a largo plazo, pero es el corto plazo, el placer instantáneo, el comportamiento irracional, el que guía nuestras acciones. Conscientes de ello, fabricantes de coches, de teléfonos móviles, de electrodomésticos,... intentan constantemente suplir esta “deficiencia” de la persona con sistemas de seguridad que permitan minimizar los efectos perniciosos de la procrastinación, pero  a pesar de los pesares, nuestra capacidad para anteponer el corto al largo plazo sigue provocando un sin fin de comportamientos irracionales de los que seguro tú podrías redactar una buena lista.
 
El ser humano es un manojo de instintos, no muy diferentes del que disfruta el resto del reino animal, y es precisamente la procrastinación la que nos acerca al mundo animal y nos aleja del mayor de los poderes del ser humano: ser responsables de nuestras acciones. Quizás las sociedades del futuro destaquen por ser capaces de anular los efectos negativos del poder de algunos de esos instintos. Es precisamente nuestra consciencia la que nos debe hacer dueña de nuestros actos, dejar que nuestros instintos decidan por nosotros no nos deja en mejor lugar que un león, un primate o un ratón. Quizás la base de la procrastrinación sea la falta de autocontrol, igual que los niños que se hacen pis en cama. Y lo más contradictorio de la situación es que nosotros, procrastinadores por naturaleza, tratamos de educar a nuestros hijos para que no lo sean. Al final ellos no dejan de repetir lo que ven a su alrededor y eso provoca una espiral que genera un ser humano esclavo de su pereza, de su incapacidad para tomar decisiones correctas a largo plazo. En paralelo, la tecnología que creamos diseña miles de sistemas para ayudarnos a ser cada vez menos esclavos de la procrastinación, pero lo único que consiguen es hacernos todavía más dependientes. ¿Será este la cura a nuestra pereza, o quizás sea una de las causantes de una dependencia cada vez mayor de gadgets antiprocrastinación?. ¿Quizás la tecnología nos convierte en seres menos capaces de auto controlarnos? no lo sé, pero me da la sensación de que muchas de estas tecnologías son incompatibles con el ser humano, es cierto que alimentan y ayudan a que nuestra falta de autocontrol no se convierta en una debilidad fatal, pero realmente están vaciando la esencia del ser humano y acercándolo un poco más a esos animales que viven la sabana. Recordemos que somos responsables de educar a las generaciones futuras, no descarguemos toda la responsabilidad de evitar este tipo de comportamientos en las tecnologías, ellos serán el espejo de lo que nosotros somos. 
 
Conociendo los efectos perniciosos de la procrastinación, es cosa nuestra diseñar sistemas que ayuden a suplir esta fragilidad, que nos permitan mejorar nuestro autocontrol y sobre todo que nos ayuden a ver los beneficios a largo plazo de asumir determinados “sacrificios” en la inmediatez del momento. Como sociedad, es enormemente beneficioso saber cuándo fallamos y ser capaces de diseñar o inventar nuevas formas de vencer a nuestros errores, pero para ello no creo que necesitemos la tecnología, nosotros poseemos la mayor de las computadoras, os recuerdo que está encima de nuestros hombros.

jueves, 7 de julio de 2011

Poderosa irracionalidad

En mis años de carrera universitaria conocí un concepto denominado ilusión monetaria (impresión que tienen los individuos y empresas de haber aumentado su capacidad de compra al haber sufrido un cambio en sus rentas nominales o en los precios, cuando de hecho no toman en cuenta la inflación que produce una pérdida de la capacidad adquisitiva real del dinero) que me ayudó a entender un poco mejor cómo funciona el fenómeno rebajas.  De hecho, recuerdo a la perfección un de los ejemplos que nos ponían en clase, para que lo entendiésemos nos explicaban la sensación que tiene la gente de no gastar dinero cuando paga con la tarjeta de crédito, no tiene esta sensación simplemente porque no ve el dinero físico salir de su cartera.
Las compras compulsivas en época de rebajas son asumidas como un comportamiento racional, otra forma de ahorrar, algo que en muy pocas casos sucede. Estos comportamientos vienen a demostrar, una vez más, lo lejos que estamos de controlar ciertos impulsos. Seres racionales sumidos en un tsunami de irracionalidad. El problema reside en pensar que somos dueños de nuestros actos, que cada una de las cosas que hacemos atiende a decisiones lógicas en nuestro cerebro. ¿Y si no somos capaces de controlar nuestro pensamiento, realmente seremos capaces de controlar nuestros actos?. La falsa sensación de control nos hace responsables de actos que no atienden a la lógica, pero este “defecto” ha venido a ser suplido por nuestra capacidad para explicar lo inexplicable, para hacer razonable lo irracional.
La irracionalidad esta sumamente devaluada, es más, a nadie le gusta pensar que algo de lo que hace atiende a principios irracionales, según cualquiera de nosotros, todo lo que hacemos es por algo. Cuando realizo una compra compulsiva es por algo, o cuando actúo en base a mi intuición también es por algo. ¿Por qué huimos de la irracionalidad?, ¿Por qué le tenemos tanto miedo?, quizás porque no sabemos los efectos positivos de la misma. La irracionalidad nos permite cosas tan importantes como confiar en otras personas, disfrutar realizando esfuerzos inhumanos o cuidar y querer a nuestros hijos. Desde un punto de vista lógico y racional quién estaría dispuesto a sacrificar parte de su comodidad y bienestar por tener un bebé, una personita que llora a cualquier hora, que te despierta a altas horas de la madrugada, que a medida que se hace mayor no te da más que quebraderos de cabeza. Si la irracionalidad no existiese nuestra especie se extinguiría.
 
En algún otro post del blog ya hablábamos de la disonancia cognitiva y nuestra capacidad para trazar conexiones lógicas a incoherencias absolutas. Los profesionales del marketing lo saben bien y son momentos como el de las rebajas donde aprovechan esta característica humana para diseñar historias capaces de hacernos creer que comprando ahorramos. Es curioso como hacemos nuestras esas historias y las utilizamos para justificar acciones que desde un punto de vista lógico no tienen ni pies ni cabeza. Todos somos víctimas, nadie se salva, ni los responsables de diseñar estas historias están libres de los efectos de la disonancia cognitiva. 
Si lo irracional domina de tal manera nuestras vidas, me surge una pregunta: ¿quién tiene la sartén por el mango?.

domingo, 19 de junio de 2011

El engaño de un titulo

Cuando tenemos más de lo necesario, nuestro ser se transforma en una versión grotesca de nosotros mismos. Los sueños de los ganadores de la lotería, en su mayoría, consisten en ser otras personas. Craso error. Pocos son los que saben hacer crecer las ganancias, y menos los que lo hacen sin cambiar su escala de valores.
 
Estamos padeciendo una crisis porque no sabemos ser. Nos han engañado haciendo pensar que con un título universitario eras el rey del mundo. Miles de personas atrapadas en un sistema diseñado para deprimir y frustrar el futuro de nuestro país. Un exceso de formación vacío de sentimiento, de emoción. Estudiar para ser médico, abogado, ingeniero, informático,... Estudiantes víctimas de sueños ajenos que modifican sus sistemas de creencias y que olvidan la importancia de asignaturas tan importantes como la de ser persona. 
La maquinaria educativa, totalmente arcaica, es una de las razones de esta crisis del ser que sufre nuestro país. Pero no podemos olvidar el papel de los educadores (hablo de los padres) en todo este proceso. En casa comienza este camino y no vale externalizar esta responsabilidad. Nuestros hijos son el fruto de nuestras decisiones y actuaciones, quizás entre todos tengamos la clave para cambiar esta tendencia y ayudar a la gente a saber lo que quiere ser. 
Jugar con este tipo de variables es peligroso y puede acarrear grandes problemas, algo así como un mercado laboral totalmente inadecuado a la realidad existente. Una “fuerza de trabajo” obsoleta antes de que empiece el partido. Una fuerza de trabajo a la que se le ha inculcado una falta de ilusión y compromiso con las cosas. De la fuerza de voluntad mejor ni hablar... cientos de mensajes recordando lo grato que es tener sin hacer. Venta de lo fácil, de lo directo, del sin esfuerzo. ¿Realmente nos ayuda esto?, claro que no nos ayuda. El caso es que me parece tan evidente, que no alcanzo a entender por qué quien puede cambiarlo no lo hace, por qué los que se tienen que poner de acuerdo no lo consiguen. ¿Qué hay detrás de este teatrillo inútil?. Fácil; todo eso en lo que hemos convertido el sistema antes descrito. Una falta enorme de amor por su trabajo, un olvido colectivo de lo que significa la vocación, una ausencia absoluta de voluntad, una falta de compromiso infinita, y por lo tanto, una carencia brutal de responsabilidad.
 
Pero lejos de parecer un mensaje pesimista, es una invitación a que en la próxima década luchemos todos juntos, y con todas nuestras fuerzas, contra ese mensaje apocalíptico. No creo que sea tan difícil encontrar modelos sustentables en el largo plazo y que no atenten contra el bienestar de las personas, pero no un bienestar material, yo hablo de un bienestar interior, de esos que te permite ser tu mismo. Hemos abdicado del derecho de ser libres y nos hemos aferrado a un sistema que premia el éxito rápido y “fácil”. Hemos cerrado nuestras mentes convirtiéndolas en laberintos en los que se extravía el sentido. Es nuestro deber abrirlas de nuevo, aceptar otros puntos de vista, ser lo suficientemente humildes como para integrar en nosotros mismos otras formas de pensar.
 

miércoles, 15 de junio de 2011

Efecto incertidumbre

 Son tantas las interpretaciones como puntos de vista; el mundo se divide entre los que apoyan este altavoz público y los que ven la transparencia excesiva como un freno a la lógica relación entre países y gobiernos. Sea lo que sea, la incertidumbre sobre la información que Wikileaks posee es el as en la manga con el que juega Julian Assange, y es ese desconocimiento el que pone en jaque a gobiernos y grandes corporaciones.
 
Colin Camerer realizó un experimento similar (la paradoja de Ellsberg) al caso comentado, pero en esta ocasión con cartas. Disponía de una baraja con 20 naipes que se dividían en  dos colores: rojo y negro. El objetivo del juego era observar cómo tomaban decisiones los participantes, y para ello se les hizo apostar por el color de la carta que creían que saldría. Durante la partida, la doctora Camerer tomó imágenes de sus cerebros para analizar que partes del mismo se activaban durante el juego. Y para que estas imágenes aportaran la mayor cantidad de información posible, se separó a los jugadores en dos grupos con reglas diferentes. A un grupo de jugadores se les decía el número de cartas de cada color que contenía la baraja, de esta manera podían calcular las probabilidades que tendrían de ganar o perder en su apuesta, es decir, podrían calcular el porcentaje de riesgo con operaciones sencillas. A los jugadores de este grupo, durante el juego, se les activaba la parte del cerebro que percibía las expectativas de ganancias, al calcular el riesgo de las operaciones podían estimar los posibles ingresos futuros.
Al otro grupo de jugadores sólo se les dijo el número de cartas que contenía la baraja, de manera que desconocían el número de cartas rojas y negras que contenía la misma. En estas condiciones, la imposibilidad de calcular el riesgo de la apuesta generaba un entorno de incertidumbre en el que la calidad de la toma de decisiones se empobrecía considerablemente. En  esto contexto, el área del cerebro que se activaba era la amígdala, cuya función principal es la de percibir el miedo. El desconocimiento del futuro provoca que el cerebro rellene su vacío con la sensación de miedo, ocasionando una toma de decisiones totalmente sesgada. En el experimento se observó como los jugadores de este segundo grupo sufrían una sensación de miedo producto del desconocimiento, un miedo que impedía a la atención centrarse en la posibilidad de obtener ganancias futuras.
 
Colin Camerer demostró las profundas consecuencias que el miedo a lo desconocido genera en nuestra toma de decisiones. Experimentos posteriores, como el de Uri Gneezy, John List y George Wu, descubrieron el inquietante “efecto incertidumbre”. Éste tira por tierra la teoría clásica de la utilidad y demuestra que las decisiones no van a estar basadas en la maximización de ganancias futuras. La incertidumbre genera un miedo cuyo peso sobre nuestra toma de decisiones impide que podamos pensar en beneficios futuros, a pesar de que éstos sean, desde un punto de vista lógico, la mejor opción.
 
El mundo en el que vivimos se parece mucho más al entorno en el que jugaba el segundo grupo del experimento, un mundo de incertidumbre y desconocimiento. En ese entorno es muy normal que aflore la sensación del miedo ... y ya sabemos que ocurre cuando éste aparece.
Vivimos tiempos realmente inciertos, nadie sabe que va a pasar y practicamos el juego de especular. Es normal que la gente esté asustada, pero hay que tratar de buscar un antídoto contra el miedo, y quizás reconocerlo sea el primer paso, porque mientras éste campe a sus anchas por nuestra cabeza resultará realmente complicado salir del hoyo.
En el caso Wikileaks, es el miedo el que ha llevado a gobiernos y empresas a precipitarse en la toma de decisiones, posicionando a buena parte de la opinión pública a favor de Julian Assange. Quizás si hubiesen sido conscientes de ese miedo, y hubiesen contado hasta diez antes de actuar, la calidad de las decisiones tomadas sería mucho mejor.

La trampa de la vida

En los años 40 el psicólogo holandés Adrian de Groot realizó un importante estudio sobre los jugadores profesionales de ajedrez. A de Groot le fascinaba el ajedrez pero le frustraba no ser un auténtico maestro en el tema, por ello llevó a cabo una serie de estudios y experimentos que perseguían el objetivo de entender porqué los buenos jugadores eran tan buenos. En un primer experimento dispuso un tablero de ajedrez con 20 fichas colocadas para simular un partida cualquiera. Dicha foto era mostrada a jugadores amateurs y a jugadores profesionales a los que se le pedía que en un corto periodo de tiempo memorizasen la disposición de las fichas sobre el tablero. El resultado mostró que a los jugadores profesionales les resultaba mucho más sencillo recrear la posición de las piezas, de lo cual de Groot concluyó que su maestría se basaba en una mayor memoria fotográfica.
En un segundo experimento hizo algo parecido, pero esta vez las torres, alfiles, caballos y resto de la prole eran dispuestos en el tablero de una manera aleatoria. Ya no se recreaba un partida, simplemente se colocaban al azar. El objetivo era el mismo: memorizar la posición de las piezas en el tablero. Pero esta vez de Groot se encontró que los jugadores profesionales no tenían un mejor resultado que los amateurs. En este caso, su memoria fotográfica no parecía determinante.
El resultado de ambos experimentos ayudó a comprender dónde residía la maestría de los ajedrecistas profesionales, cuando se simula una jugada, los profesionales asocian la disposición de las fichas con jugadas ya conocidas por ellos, y en este terreno, los profesionales manejan un mayor número de registros que los jugadores amateurs. Pero la cosa cambia cuando la disposición de fichas no responde a ningún patrón conocido. De manera que la memoria fotográfica, que parecía el rasgo que diferenciaba a los buenos jugadores de los no tan buenos, no resultaba el factor determinante. Lo que realmente marcaba la diferencia es lo que se conoce como “fragmentación”. No era una cuestión de memoria, sino de percepción.
 
Cuando los jugadores profesionales observan el tablero de juego no ven piezas, ven jugadas, y esa es realmente la diferencia. Su experiencia les permite asociar las posiciones de las fichas con determinadas jugadas y por lo tanto con estrategias ad hoc. 
Esta fragmentación de la información es una característica básica de la cognición humana. El cerebro sólo es capaz de asumir 7 bits de información en un momento determinado, y la manera de escapar de esta trampa cognitiva es a través de la fragmentación. Los procesos de compresión de la información funcionan de una manera similar. El mp3 permite comprimir música ocultando información que no es relevante para nuestro oído, simplemente nos ofrece aquello que nos permite disfrutar lo que escuchamos.
Nuestro cerebro realiza operaciones de asociación constantes de manera que puede prescindir de información “no relevante”. Simplemente busca aquello que puede identificar y que responde a algún patrón conocido.
 
Los experimentos de de Groot nos revelan el coste que todo ello supone. Estamos cansados de escuchar que la experiencia es un grado, y realmente lo es. Pero tenemos que ser conscientes de lo que ello supone. A medida que crecemos, realizamos procesos de fragmentación constantes para de esta forma reconocer nuestro entorno de una manera más rápida y automática.
Etiquetamos nuestro entorno, la experiencia le pone nombre a todo, tal y como hacen los jugadores de ajedrez con la distribución de las piezas sobre un tablero. Y realmente estas etiquetas pueden tener un coste demasiado alto en nuestros procesos de desarrollo. Cuando etiquetamos personas, por ejemplo, asumimos que son de determinada manera porque hemos visto que se repiten ciertos patrones que nos llevan a concluir eso. Ese es el leit motif de los motes. ¿Y qué ocurre cuando etiquetamos?, pues lo que ocurre es que dificultamos el derecho que tienen las personas a cambiar. O peor aún, influimos tan poderosamente sobre su percepción que les acabamos haciendo creer que realmente son así.
 
Tenemos que saber que la fragmentación está muy bien para leer libros o para escuchar música, pero que cuando se trata de los demás, puede que los patrones nos llevan a limitar a las personas, a hacerles vivir una realidad que ni ellos ven. Las ideas preconcebidas son muy peligrosas y realmente suponen un freno para nosotros mismos ya que nos impiden descubrir e investigar, algo fundamental y apasionante. A veces, las cosas no son lo que parecen.

La envidia

Uno de los grandes males que sacude nuestra sociedad es la envidia, pero la envidia no siempre fue mala. Este sentimiento no nos lo hemos inventado nosotros. La envidia nos ha acompañado a lo largo de la historia. Durante muchos años fue ésta la que nos ha permitido evolucionar. Querer tener más que el vecino nos empujó para conseguir todo lo que tenemos ahora. Por eso que la envidia tiene un gran valor evolutivo. Este sentimiento se ha ido convirtiendo por derecho propio en un rasgo común de nuestro comportamiento.
 
¿En qué punto nos encontramos en la escala evolutiva de la envidia?. Durante los últimos siglos la envidia ha pasado de ser un rasgo evolutivo básico para el crecimiento, en un cáncer social que conduce a la destrucción del poder colectivo. Hoy la envidia también es conocida por la aversión a la desigualdad. Somos capaces de sacrificar cualquier tipo de recurso (tiempo, dinero, esfuerzo, compromiso, ...) para intentar reducir lo máximo posible el gap que nos separa del nivel de bienestar de otras personas. Cuando no teníamos nada, la envidia era buena porque nos ayudaba a estar mejor. Pero resulta que hoy tenemos más de lo que necesitamos, y en este nuevo contexto, la envidia deja de ayudar y comienza a restar en nuestro nivel de bienestar. Tenemos más que nunca y somos más infelices. La OMS advierte que en el 2020 la depresión será la segunda  causa de incapacidad en el mundo. Hemos cambiado las enfermedades de la pobreza por las enfermedades de la riqueza, y quizás uno de los causantes sea esa envidia evolutiva, una envidia que se ha convertido en parte de nuestro subconsciente y cuya inercia nos ha hecho enfermar.
 
Hemos cambiado las cavernas por nuestras oficinas y lugares de trabajo. Al principio queríamos tener un jabalí más que el del vecino, y ese ímpetu nos dio ventajas a la hora de salir adelante. Pero en los nuevos entornos de trabajo ya no ansiamos cosas que nos hagan estar mejor. Ahora el ansia ha pasado a influir de una manera directa sobre nuestros sentimientos, lo que a su vez ha provocado que nuestro juicio se nuble. Cuando decidimos influenciados por este sentimiento es muy probable que no tomemos la mejor decisión, sino aquella que calme nuestra aversión por la desigualdad. 
Las organizaciones son un caldo de cultivo perfecto para que se reproduzcan este tipo de comportamientos: salarios, jerarquías, cargos, responsabilidades, poder, contactos, ... todo un repertorio de políticas y prácticas que correlacionan de manera directa con la envidia; cuando éstas crecen, nuestra envidia crece. Sus efectos son popularmente conocidos, y abarcan una inimaginable fuente de creatividad: zancadillas, mentiras, peloteo, deslealtad, ... ¿Y cómo se termina con todo ello?. Fácil, solucionando la aversión por la desigualdad. Ya, ¿y cómo se hace eso?. Cada uno debería buscar su fórmula pero yo me atrevo a indicar la dirección.
 
Vivimos de afuera-adentro. Los que nos rodea nos construye como personas y eso nos convierte en dependientes del refuerzo exterior. Por eso necesitamos una casa más grande que la del vecino, o un coche más rápido que el del compañero, o un salario de vértigo que todos nuestros amigos envidien para así saber que estamos bien pagados. Cuando vivimos de este modo es importante saber que las riendas de nuestra vida las lleva nuestra envidia.
Por contra, cuando construyes de dentro-afuera, el foco cambia totalmente. Ahora ya no vivimos pendientes de lo que digan los demás, ahora es mucho más importante saber qué es lo que nos hace sentir bien, y cuando lo averiguamos buscarlo constantemente. Además, el propio lenguaje popular nos demuestra que hay una envidia, conocida como sana, que nos ayuda y beneficia en ese camino del bienestar propio. Este debe ser el principio, nosotros mismos.
 
¿Por qué hacemos las cosas?, ¿por lo que nos gusta, o por lo que les parezca a los demás?. La envidia nos ha traído una gran crisis de vocación.

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