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viernes, 24 de septiembre de 2010

la contaminación social

Estamos viviendo una revolución verde. Todo lo que tiene que ver con el medio ambiente se está convirtiendo en algo sagrado. Reciclar, consumir lo justo, minimizar la cantidad de ,  usar el transporte público, ... se están convirtiendo en parte de nuestro día a día.
Según estudios, 4 de cada 5 ciudadanos, a pesar de la crisis, está dispuesto a comprar productos “verdes” aunque estos sean más caros. Una revolución que persigue conservar el mundo que tenemos tal y como lo conocemos.
Contaminar se ha convertido en pecado, es más, hay que pagar por hacerlo, y aquellos que no lo hacen pueden sufrir cuantiosas multas. ¿Lavado de conciencia, doble moral o realmente actos que buscan el respeto por el medio ambiente?. Sea lo que sea, la verdad es que es una corriente que cada día tiene más adeptos. Actos como los vertidos del Exxon Valdez o laguna verde en San Luis causan una gran conmoción social al destruir entornos naturales de enorme valor ecológico. Este tipo de actos desencadenan demandas, protestas, manifestaciones, cambios de gobiernos, ... lo que deja claro el alto coste que tiene contaminar.

Hay un tipo de contaminación que es ajena a toda esta corriente. Se trata de la contaminación social. Parece una tontería, pero si te lo paras a pensar resulta bastante curioso. Vas al supermercado y compras productos ecológicos, que por cierto son mucho más caros que los otros; pagas más cara la energía verde aunque te es imposible diferenciarla de la otra; te pasas el día optimizando el uso del agua o la calefacción porque estás cansado de ver imágenes de pantanos secos en las noticias del mediodía;  inviertes una gran cantidad de tiempo y energía a la hora de separar la basura, .... pero al final del día, una conversación telefónica con un compañero de trabajo te hace sentir fatal. Todo el día evitando contaminar y al final el que se ve contaminado eres tú. 

La contaminación social es ese tipo de cosas que todo el mundo conoce pero que a pesar de ello la mayoría sufre. No sólo las chimeneas emiten malos humos, ¿cuántas veces te has sentido mal después de interactuar con otras personas?. Las personas somos unos generadores naturales de contaminación. En nuestra interacción con otros emitimos y recibimos toda clase de “malos humos”: conversaciones, gestos, hechos, silencios, .... conforman toda una amalgama de outputs salidos de nuestras cabezas. 
Al igual que la industria invierte sumas importantes de dinero en purificadoras o filtros para minimizar el impacto de su actividad en el entorno; las personas debemos hacer lo mismo. Tenemos que adquirir esos filtros que nos ayudan a convivir con un entorno en el que la contaminación social está por todas partes.
Da mucho gustito poner a parir al jefe o a un compañero. Pero este tipo de actos son los que provocan esa contaminación de la que hablo. La contaminación llena de veneno nuestras cabezas y hace que nuestros actos se desvíen de su curso natural. Nos someten a tensión y ansiedad, nos conducen a la tristeza y el cabreo, nos hacen sentir ira, furia, celos, envidia o vanidad. Todos ellos productos de la contaminación, todos ellos grandes especialistas en desviarnos de nuestro camino y llevarnos por la oscura senda del sufrimiento. Pero esta contaminación se puede contrarrestar con los filtros adecuados: la empatía, la ecuanimidad, la humildad, la amabilidad o el vigor. Estos filtros nos ayudan a hacer que los elementos contaminantes de nuestro entorno dejen de serlo para convertirse en hechos que nos ayuden a crecer como personas y a ser mejores compañeros. 

Resulta muy fácil contaminar. El reto, al igual que pasa con nuestro medio ambiente, está en comenzar a ser conscientes de los efectos adversos que provoca en nuestras vidas. Ello nos llevará a esforzarnos, a tratar de incorporar en nuestro día a día hábitos que minimicen los efectos de los “malos humos”, a asumir incomodidades en pos del bienestar futuro, a pensar en el largo plazo y dejar el corto plazo para otras cosas.
La revolución verde debe llegar también a nuestras relaciones personales. No es fácil, no es cómodo, requiere esfuerzo y sacrificio, los resultados no son inmediatos, pero el beneficio que genera es muy grande.

domingo, 19 de septiembre de 2010

motivación 3.0

 Es un clásico escuchar a tus compañeros de trabajo comentar las artimañas que tienen que hacer para que sus hijos se pongan a estudiar y dejen la “Play”. Pero es increíble el poder de atracción que poseen estos dispositivos sobre las nuevas generaciones. A pesar de los pesares, estos “cacharritos” irrumpen en la vida diaria de personas inmersas en una etapa formativa, etapa que definirá muchos de los comportamientos futuros de quien los utiliza.Es evidente la enorme puja del sector de los videojuegos en el mercado del entretenimiento. Esta puja tan elevada indica que la demanda crece sin parar. Eso justifica y paga las cuentas de inversiones multimillonarias en un sector con cifras de crecimiento muy por encima de la media. Y se construye así un mundo virtual que posee unas reglas comunes: definición clara de objetivos, premios incrementales por desempeño y el mantenimiento de un adecuado 
equilibrio entre esfuerzos y resultados. 

Estas reglas del juego calan en el cerebro desde una temprana edad definiendo una nueva forma de hacer y motivar.

Esta forma de aprender pasa a ser parte fundamental del individuo. La persona ha aprendido a tener una misión, un objetivo claro que le lleve un poco más allá. Si lo consigues pasas de pantalla; si te equivocas, aprendes del error y utilizas la experiencia para pasar a la siguiente. El fallo se acepta, es más, se aprende de él, se establecen trucos para ir más rápido la próxima vez y pasar cuanto antes de pantalla. El feedback es constante, en todo momento sabes en que nivel estás, cuánta vida te queda o lo lejos o cerca que estés de conseguir el objetivo.

Negar esta realidad es querer seguir viviendo como en el pasado; aceptarla te ayuda a definir modelos de motivación orientados a estos nuevos valores. Consiste en modificar la ecuación de la motivación. Antes funcionaba el palo y la zanahoria y ahora es la persona la que se encuentra en el centro. 
Venimos de modelos de trabajo inspirados en la era industrial, y parece que no nos hemos enterado que esto ya es pasado. Las personas han evolucionado mucho desde entonces. Aquellos granjeros que llegaron a las fábricas en la gran ciudad sólo querían poder vivir. Su motivación era ganar dinero para tener una buena vida. Para ello trabajar en una fábrica era una suerte. Trabajar mucho = ganar mucho. Así de sencillo. Pero todo esto ha evolucionado. Lo de haz A y te pago B, ya no funciona. Ahora los adictos a la Play tienen otra forma de entender el tinglado. La forma de jugar ha cambiado y ahora las reglas son otras. Ya no vale eso de tratar a la persona como una tuerca más en un complejo engranaje que no se sabe muy bien para qué sirve. Ahora las personas reclaman ser tratadas como eso, personas. Y la persona es única. No hay dos iguales, ya no vale el café para todos y la generalización disfrazada de disculpa para trabajar menos. En la motivación 3.0 las cosas cambian. Ahora la pregunta es: ¿qué quieres ser: 2.0 o 3.0?. La respuesta no es tan evidente. El 3.0 no siempre es la respuesta. Habrá empresas y sectores donde el 2.0 será mucho más efectivo que el 3.0. Es muy importante saber dónde estás, porque si te equivocas con el “software”, si cruzas sistema de motivación 3.0 con cultura 2.0, o viceversa, la cosa difícilmente va a funcionar.

El post está orientado a un sistema de motivación 3.0, porque el 2.0 está más que probado ... ¡y funciona!. Las empresas del siglo XXI necesitan nuevos modelos para motivar al talento. Lo de poner objetivos cortoplacistas o tratar de motivar sólo por la vía económica ya no funciona. Esa fue una fórmula que permitió el desarrollo de la era industrial, pero una vez terminada ésta el entorno es otro. Las empresas de este siglo deben saber leer entre líneas. Si son capaces de entender que los “playadictos” poseen unas características de motivación diferentes, tendrán la llave que abre las puertas del compromiso. Darle sentido y propósito al trabajo, u otorgarle objetivos claros basados en la responsabilidad, serán la base para construir nuevos modelos de motivación orientados a incrementar y potenciar el compromiso.
La autonomía, el flow, el sentido y el autoconocimiento (el camino de la motivación) son los pilares sobre los que construir ese nuevo modelo de motivación 3.0. Los cuatro equilibran la motivación de las nuevas generaciones de jugadores virtuales. Navegantes de mundos paralelos que sólo buscan un estímulo bien definido: disfrutar, aprender y crecer.

lunes, 13 de septiembre de 2010

costes de hundimiento

El tiempo, presupuesto, logística, días disponibles, .... y otros muchos factores que determinan la decisión. Una vez tomada la decisión es momento de disfrutar. Ocurre a veces que los planes se truncan por diferentes motivos. Pero una vez en destino acatamos la decisión y permanecemos allí a pesar de cualquier tipo de circunstancia adversa. Da igual el coste, lo importante es seguir adelante con los planes.
Solemos ser testarudos cuando llevamos a cabo algo. Los motivos son variados: el tiempo invertido en la planificación, salirnos con la nuestra, autoconvencernos de que hemos tomado la decisión correcta, ... y esto a pesar de que las cosas sean todo menos lo deseado.
Hay un sinfín de comportamientos similares a estos, pensemos por ejemplo en las mentiras. Una vez tomada la decisión de mentir es difícil echarse atrás a pesar del coste de la misma. Y quién no ha montado alguna vez muebles de Ikea. Si eres como yo, de los que no se leen las instrucciones, comienzas a montar a toda prisa para terminar lo antes posible. Muchas veces ves que aquello no va como debería, pero ya no es momento de echarse atrás, si hay que forzar tornillos o hacer más agujeros de los necesarios, se hacen. Otro caso similar sucede cuando estas perdido, en vez de preguntar o buscar un mapa, tiras hacia donde tú crees, fiándote de un sentido de la orientación que casi seguro te va a fallar.

Este tipo de comportamientos tienen algo en común: el coste de hundimiento. Se trata de un dilema que nos plantea dejar la actividad por conducirnos a una pérdida de tiempo y dinero, o seguir adelante a pesar del más que previsible nefasto resultado final. La mayor parte de las veces asumimos que a pesar del alto riesgo de fracaso debemos continuar para tratar de sacar adelante lo que tenemos en mente. Sobre el papel parece ridículo, pero párate a pensar cuántas veces has seguido adelante en situaciones de este tipo.
La vida nos va enseñando a calcular el beneficio y la pérdida. Y es precisamente la diferencia entre ambas la que determina la rentabilidad. Cuando los beneficios de la acción son superiores a las pérdidas, esta claro que seguir adelante merece la pena. El problema aparece cuando las pérdidas superan a los beneficios. En este tipo de situaciones conviene pararse a pensar por un segundo. ¿Para qué estoy aquí?; esa es una buena pregunta que hacerse para empezar. Lo primero que hará es colocarnos en el plano temporal más importante, el presente. 
Una vez ubicados en el presente es hora de empezar a echar cuentas. Lo bueno que tiene hacer cuentas es que elimina de la ecuación la subjetividad. Ni el ego, ni la vanidad, ni la avaricia, ni el miedo, ni la vergüenza, ni nadie va a alterar el resultado. Lo que es, es. Este ejercicio nos dirige al otro plano: la objetividad. Una vez situados en el presente, dotar de objetividad a la decisión la hará más acertada.

¿En cuántas reuniones nos hemos empeñado en sacar nuestras ideas adelante?, ¿cuántas negociaciones con otras personas hemos perdido por intentar salirnos con la nuestra?, ¿en cuántas relaciones profesionales hemos fracasado?. El trabajo es un entorno donde se producen miles de estas situaciones con costes de hundimiento altos. Cada día los entornos de trabajo se convierten en improvisados escenarios donde se pueden ver multitud de estas representaciones. Batacazos, batacazos y más batacazos. Ese es el resultado. ¿Por qué?, porque no conocemos el coste que supone no echar cuentas, porque dejamos que nuestra cabeza se nuble con malos sentimientos que dan forma a nuestras acciones.
No tenemos problema para hacer cuadros de mando de lo que nos pidan, pero el único que nos cuesta realmente hacer, es aquel que tiene que ver con nosotros mismos. Si fuésemos capaces de hacerlo ahorraríamos mucha energía, energía consumida tratando de sacar adelante cosas que no tienen sentido. En el mundo de las relaciones, entre ellas la profesional, los costes de hundimiento son los más altos. Montar mal un mueble de Ikea o perderse en una ciudad por no preguntar, no tienen realmente un coste de hundimiento alto. Pero párate a pensar en lo que supone un alto coste de hundimiento en una relación personal. Ya no sólo es tiempo, aquí se pierde mucha energía, se debilita la reputación y afecta a la imagen. Precios altos que merecen la pena ser controlados. Así que la próxima vez que te veas en una situación de este estilo .... echa cuentas ya!!!.

miércoles, 8 de septiembre de 2010

el verdadero optimismo

El uso cotidiano de las palabras nos hace olvidar su verdadero significado. A veces es conveniente echar mano de la etimología para recordar la verdadera esencia que encierran. Un buen ejemplo es el significado de las palabras optimismo y pesimismo. Óptimo y pésimo no es con lo que solemos asociar estos términos. La perversión de estas palabras nos han llevado a pensar en los optimistas como personas alejadas de la realidad que piensan que el mundo es de color de rosa, y los pesimistas aquellos tiquis miquis que desconfían de todo lo que les rodea. Mentiras, generalizaciones muy peligrosas y otros vicios que tenemos en función de lo que nos convenga pensar.
Lo que si que nos muestra la realidad es que los optimistas se suelen rodear de personas optimistas y los pesimistas de personas pesimistas. Es como si se tratase de una selección natural. Cada uno con su especie.

Pero entre optimistas y pesimistas hay un nexo de unión: la predisposición al optimismo (optimism bias). Las personas tenemos una predisposición natural a ser optimistas en todo aquello que tiene que ver con nosotros mismos. Esto nos puede ayudar a explicar porqué las personas acometen créditos que luego no pueden pagar. Vemos nuestras posibilidades de una manera muy optimista. El tabaco es otro claro ejemplo. A pesar de los mensajes apocalípticos que aparecen en las cajetillas, todos los fumadores piensan que eso del cáncer del pulmón no va con ellos. ¿Y qué decir del matrimonio?. Los porcentajes de divorcios no dejan de crecer, pero nadie se casa pensando que se vaya a divorciar. Ese optimismo natural nos hace infravalorar los riesgos, no nos vemos como posibles víctimas de las estadísticas. Nosotros estamos fuera de esos números malditos.

Nuestros entornos de trabajo son otro lugar donde esta predisposición al optimismo se deja ver de una forma muy clara. Si hiciésemos una encuesta entre la plantilla de cualquier empresa en la que se preguntase acerca de la valoración individual del desempeño de cada uno de los profesionales, nos encontraríamos que las valoraciones que hacemos de nosotros mismos serían muy altas. Según nosotros, somos unos grandes profesionales. Pero la realidad, al igual que en los divorcios, en los cánceres de pulmón o en las crisis financieras particulares, nos demuestra que esto no es así. 
Todos tenemos claro que somos muy buenos y no nos costaría el más mínimo esfuerzo identificar aquellos de nuestros compañeros que no son tan brillantes. Es más, seguro que nosotros nos ubicaríamos en el extremo derecho de la campana de Gauss. 

El verdadero optimismo, el optimismo magnético, lo poseen aquellos que son capaces de hacer frente a esa predisposición al optimismo. A los optimistas, la objetividad les permite ver la grandeza que les rodea, les permite ubicarse en el lugar adecuado y ocupar el sitio que les corresponde. El optimista posee el don de saber poner en valor el trabajo de los otros, de ver los errores ajenos como lo que son, simples errores, errores que todos podemos cometer. Quizás esta sea la razón que hace a los optimistas tan atractivos: saber valorar a los demás.
Por el contrario, los pesimistas hacen evaluaciones desiguales e irreales entre ellos y el resto del mundo. Esto les lleva a ver y buscar el fallo ajeno como síntoma de debilidad, una debilidad que les permite justificarse a sí mismos y presentarse como lo que creen que son. Esta visión negativa del entorno actúa como repelente para los optimistas. Sólo los pesimistas se encuentran cómodos en este entorno. A mi forma de ver, el pesimismo tiene mucho que ver con el miedo y la inseguridad. Cuando tú eres el bueno y lo demás los malos, es un buen momento para dudar. ¿Puede ser que todo el mundo sea malo menos tú?. Difícil, muy difícil.

El pesimista es optimista, pero sólo consigo mismo. El optimista es pesimista, pesimista con las falsas euforias y con los excesos de confianza. La propia palabra lo indica: optimista = óptimo; pesimista = pésimo. ¿Con qué te quedas?.

jueves, 2 de septiembre de 2010

el chip del compromiso

El compromiso es un bien muy preciado. Los que lo poseen tienen el poder de perseverar y de seguir su corazón. Son capaces de hacer algo porque realmente les apetece, sin importar todo lo demás. Ni que decir tiene la importancia que supone contar con este material en una empresa. Es garantía de éxito.

A pesar de parecer una obviedad, no es un tema que las empresas tengan muy claro, es más, muchas han tardado en darse cuenta de lo importante que resulta el compromiso en la cuenta de resultados, otras aún están recorriendo este camino. Aquellas que ya han recorrido el camino se han dado cuenta de la necesidad de comenzar a medirlo. Pero para medir necesitas pruebas que te permitan definir un indicador que establezca la aportación del mismo al negocio.

Soy un defensor a ultranza de la medición en estos ámbitos, pero puede suceder que haya cosas que no son tan fáciles de medir. Una de ellas puede ser el compromiso. Es cierto que no saber la cantidad exacta de compromiso nos va a dificultar el cálculo del grado de aportación. Pero sobre nuestros hombros poseemos una caja de sorpresas: nuestro cerebro. Éste nos ha permitido reconocer a lo largo de la vida el compromiso. Sabemos cuando alguien nos quiere, cuando alguien nos odia, cuando encajamos en un grupo, cuando hacemos algo que nos gusta. Sin duda somos muy hábiles a la hora de responder a la pregunta: ¿nos comprometemos, o no nos comprometemos?. Somos tan hábiles que la respuesta a esta pregunta la hacemos de una manera inconsciente; esto indica que hemos convertido esta capacidad en un hábito. Con lo cual, llevamos un módulo de medición del compromiso incorporado de serie.

Con este módulo es posible suplir la medición clásica. No tendremos un número exacto, pero tendremos la respuesta correcta. Y además ocurre una cosa; ¿alguien ha escuchado alguna vez decir a una persona: “estoy comprometido al 65% con esta empresa”?. El compromiso no es gris; es blanco o negro. Por eso los números pueden aportar sensación de seguridad, pero realmente aportan poco. Por buscarles un encaje, todo aquello que esté por debajo de 8 (en una escala de 1 a 10), debería entenderse como una clara falta de compromiso. Sin embargo, el módulo que llevamos incorporado nos da la respuesta correcta de un modo directo e instantáneo.

Os propongo un ejercicio para que os deis cuenta de cómo funciona esto. Dedicaos a escuchar conversaciones en vuestra empresa, no sólo en reuniones; pasillos o máquinas de café pueden ser lugares interesantes donde poner en práctica este ejercicio. Estad atentos a los pronombres que usa la gente cuando habla de la organización. ¿Utilizan el nosotros, o utilizan el ellos?. Es un matiz de suma importancia ya que cuando se habla de ellos, no se está hablando de nuestro grupo, se habla de un grupo ajeno, al que no pertenecemos y con el que no nos comprometemos. Se equivocan ellos y acertamos nosotros. Ese es un claro síntoma de falta de compromiso. 
Resulta sumamente fácil poder medir así el compromiso, sólo hay que fijarse. Pero si no te apetece hacerlo quizás sea porque el que no está comprometido eres tú. Es importante saber también cuál es nuestro grado de compromiso ya que nos indicará si estamos perdiendo el tiempo. Si no hay compromiso todo lo que sucede es una pérdida de tiempo. El tiempo nunca es suficiente y hay que dedicarlo a lo que realmente merece la pena.

Dan Pink dice que todos buscamos motivadores intrínsecos, la cuestión es que “nosotros” podemos conseguirlos, “ellos” no.

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